En un mundo donde había escasez de omegas, ser omega era como una bendición del cielo. El más joven de los Pérez lo había tenido claro desde su tierna juventud. Más cuando su madre no paraba de contarle lo feliz que había estado cuando se enteró que su pequeño hijo había nacido omega.
Él también lo empezó a creer en su momento, era feliz siendo así. Era curioso como cada madre se enorgullecía al saber que sus hijos tendrían la bella oportunidad de dar vida. Y para él, un joven a penas de doce años, le daba ilusión tener algún día un tierno cachorro con un alfa que lo amara.
Para suerte de muchos, la sociedad los tenía en un pedestal. Eran tantos alfas y tan pocos omegas que la gente comenzó a preocuparse de que estos desaparecieran por completo y el linaje se viniera al suelo, por lo que se le dio la oportunidad a cada omega de escoger al alfa con el que querían armar su vida, la familia estaría más que bendecida y agradecida.
Actualmente, la situación era la misma, los omegas eran los seres más respetados de la sociedad, tratados como damiselas en peligro de extinción.
Pero para Sergio, no era así. No quería ser así y por eso siempre trataba de ocultar su olor para que ningún alfa se le acercase. Odiaba su naturaleza, la rechazaba por completo. Él anhelaba ser como un alfa, poderoso, fuerte, respetado en el mundo laboral así como su padre.
—¡Doctor Pérez! —la enfermera entró a su despacho, agitada. Éste, que se encontraba ordenando algunos papeles, alzó la vista—. Sala de urgencias, ahora.
Sergio se preocupó e inmediatamente salió corriendo junto a ella hacia el piso correspondiente.
Antonio Pérez nunca había mostrado un poco de alegría al saber su naturaleza, ni cuando su esposa pasaba diciendo lo feliz que era. Para él, los omegas no eran nada más que para parir y cuidar la casa, mientras el alfa se encargaba de todo lo laboral y de los negocios.
Siempre los presionaban para encontrar pronto un alfa, y darle cachorros, casarse, formar un hogar. Pero cuando se trataba de negocios, campo laboral, dinero, los alfas iban adelante por mucho.
Esta era la razón por la cual Sergio detestaba su estado. El rechazo de su padre, y el constante lavado de cerebro para ser un alfa, lo había traumado pocos años después de enterarse de ser un omega. Peor fue al presentar su primer celo y al no saber qué hacer, su padre lo trató de una basura al no tener las precauciones necesarias y no tener supresores en su momento.
Y así, Sergio había forjado su carácter en una pared de hierro, siendo respetado por muchos ante la seriedad, prepotencia, y orgullo del doctor. Casi podía pasar por alfa... Pero no.
Su aroma dulce no pasaba desapercibido por ningún alfa que siempre que tenían la oportunidad se le acercaban para cortejarlo.
—Información del paciente —exigió Pérez, lavándose las manos y colocándose los guantes para entrar al área de cirugía.
—Hombre joven con impacto de bala en el tórax, algunas costillas rotas, y cortaduras en sus brazos —recitó la enfermera, mientras revisaba el expediente de vida—. No tiene enfermedades crónicas, tampoco es alérgico a ningún medicamento. Podemos continuar con la cirugía.
—Muy bien. Eso es bueno. ¿Nombre?
—Max Emilian Verstappen, veintitrés años. Teniente y líder del grupo C-31 de la policía del norte. El capitán está afuera esperando un informe de su reciente estado.
—Mmn, nunca había escuchado a un teniente tan joven... —enarcó una ceja, curioso—... Muy bien, tendrá que esperar. Haremos todo lo que está a nuestro alcance.
La enfermera asintió, y finalmente entraron a la sala de cirugía para extraer la bala. Gracias al reciente informe del caso se sabía que no era tan peligroso, puesto que no había dado en una zona vital del cuerpo. Sin embargo, Sergio se preocupaba por la fractura de sus costillas, y las cortaduras en sus brazos, debían desinfectar las heridas para evitar que una posible bacteria entrara al organismo.
Por el momento solo quedaba retirar la bala con éxito, luego se encargaría de lo demás.
Al entrar, el tenue y débil olor del alfa se hizo presente en toda la habitación, dando por hecho que cada vez se encontraba en un estado más débil. Sergio paró en seco al sentir un pequeño mareo y una punzada en su cabeza, el repentino aroma a glicinas inundó sus fosas nasales y tuvo que detenerse un poco.—¿Doctor Pérez? ¿Se encuentra usted bien? —preguntaron con preocupación sus compañeros.
—Sí, yo... Su aroma —habló refiriéndose al teniente, —es abrumador —se acercó lentamente.
Los demás se miraron entre sí, confundidos.
—¿Le decimos que aquí nadie puede sentirlo? —preguntó una enfermera a su compañera, muy bajo para llegar a los oídos del doctor.
—Shhh... —puso el dedo índice en sus labios.
La razón era que, en estados críticos los enfermos, ya fueran omegas o alfas, no desprendían tanto olor como de costumbre. A penas un olor tenue que sólo su pareja, o destinado podía percibir. Los demás no eran capaz de sentirlo.
Por ello, la mayoría se miró entre sí. No era posible que el doctor Pérez pudiese percibir su aroma a no ser de que...
— ¿Por qué me miran así? ¡Este hombre está en peligro y ustedes están parados como estatuas! —regañó. Al instante todos asintieron y comenzaron con una pequeña oración. Era como un ritual para pedir que todo saliera bien.
Sergio suspiró, rara vez se sentía enfermo, pero era como si... Ese aroma no quisiera irse de su cabeza y solo le provocara punzadas.
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don't fall in love with Max Verstappen ; chestappen
FanfictionDel odio al sexo hay un solo paso... ¿O como era? Sergio Pérez ha logrado convertirse en uno de los mejores doctores de todo Londres, a pesar de las ambiguas creencias que su difunto padre le había inculcado al ser un simple y débil omega. Sin embar...