𝑴𝒓 𝒁𝒐𝒍𝒅𝒚𝒄𝒌 𝑴𝒐𝒓𝒐𝒘 | Hisoillu

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Tras la partida de Hisoka de sus aposentos, Illumi Zoldyck se sumergió en las sombras de la tierra, envolviéndose en la oscura quietud de uno de los hoyos que, desde sus días de infancia, acostumbraba a excavar. La posición fetal le ofrecía un extraño consuelo, una calidez que contrastaba con las inquietantes emociones que lo acosaban. Era como si aquel refugio subterráneo fuera su último reducto de seguridad en un mundo ahora sacudido por la tormenta de sus propias emociones.

La protección que encontraba bajo tierra era una paradoja, un respiro efímero de la tormenta emocional que se había desatado en su interior. Mientras yacía allí, los pensamientos tumultuosos giraban en su mente, una danza de ansias y conflictos. La presión emocional, originada por la perturbadora alianza con su aliado, se intensificaba a tal punto que la calma del hoyo subterráneo se volvía su único refugio.

El veneno probado el día anterior, que una vez ocupó el centro de sus pensamientos, ahora se desvanecía ante la tormenta de emociones que lo consumía. La realidad se cernía sobre él; por primera vez, Illumi se veía forzado a enfrentar sus necesidades más básicas, desplazando la lealtad a su propia familia a segundo plano. En ese oscuro refugio, entre la tierra que lo envolvía, Illumi Zoldyck se enfrentaba a un nuevo y desconcertante dilema que amenazaba con hacer explotar su mente.

Al sentirse lo suficientemente seguro se dispuso a adentrarse en su escalofriante mansión. Su familia (Silva, kykyo, Milluki y Kalluto) lo esperaban en la sala principal, algo perturbados por el comportamiento del más disciplinado de sus hijos.

En el siniestro teatro de los Zoldyck, Illumi emerge como el primogénito, un producto de experimentación y brutalidad que marcó los límites de la resistencia humana. Desde su nacimiento, fue arrojado a las fauces de la crueldad, sometido a torturas y abusos que esculpieron su esencia en un molde de frialdad y eficiencia letal.

En las sombras de su soledad natal, Illumi creció sin más compañía que las órdenes imperturbables de sus progenitores y la presencia severa de su abuelo Zeno. Su existencia, desprovista de afecto, se tejió en los hilos de creencias y obligaciones impuestas por una familia que lo veía como una herramienta, un asesino perfecto. Su soledad era su penitencia, su misión: servir y preparar el camino para el heredero designado.

Este ser, desprovisto de anhelos personales, aceptaba su papel como la marioneta silenciosa en la tragedia de los Zoldyck. No había lugar para el afecto, y la indiferencia hacia su propia soledad se volvía su escudo. No albergaba celos hacia Killua, el heredero al que custodiaba con una devoción retorcida. Para él, el amor se expresaba en actos extremos de protección, como clavar la aguja de nen en su hermano, una muestra de cuidado distorsionado por la exigencia paterna.

Su entrenamiento, más riguroso que el de cualquier otro, buscaba forjar a Killua como el líder supremo de la familia, y Illumi se convertía en el implacable artífice de esa transformación. Así, en la penumbra de su propia existencia, Illumi tejía una trama de lealtad retorcida y sacrificio, donde su amor se manifestaba en la violencia y su soledad era la sombra constante que marcaba su trayectoria.

Nadie realmente ama a Illumi Zoldyck.

En el frío corazón del hogar Zoldyck, la figura de Illumi se desvanece en la sombra de la indiferencia y el desapego.

Para su madre, su presencia es tan solo una más entre la prole, eclipsada por el fulgor especial que ilumina a sus favoritos, Killua y Kalluto. La relación paterna, más semejante a la dinámica entre un amo y un siervo, convierte a Illumi en una marioneta desprovista de afecto, destinada a ser una herramienta inquebrantable y maleable al servicio de la familia. Ni siquiera el retorcido devoto apego que siente hacia su hermano Killua es correspondido, sumiéndolo en una soledad aún más aguda en medio de la telaraña familiar, donde su valor radica únicamente en su utilidad y su capacidad de ser manipulado.