Capítulo 8

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El fin de semana me pareció tan breve como un suspiro. Cuando recogí mis cosas de la habitación del hostal deseé no regresar nunca más a Urbiot. ¿Era Rodrigo realmente como le había descrito Jacobo? ¿Cabría la posibilidad de que me sedujera a mí también? La primera impresión que tuve de él, no había sido buena precisamente. Aunque tenía que reconocer, que físicamente, aquel hombre era realmente atractivo.

Deseé apartar a Rodrigo de mis pensamientos y contemplé con ilusión los libros y los materiales que había comprado. No conseguía entender lo que me estaba ocurriendo. Por un lado, ansiaba huir de Urbiot, pero por otro deseaba continuar viviendo y trabajando en aquel extraño pueblo.

Salí del hostal con rapidez. No me esperaba una vida fácil, pero sentí que Shasha, doña Elvira, mis alumnos y el mar lo compensaban todo. Así que regresé a Urbiot. Lo primero que hice fue dejar los libros y los materiales que había comprado en la escuela y después me dirigí a la cabaña de doña Elvira con su regalo y el de Shasha. Eran casi las dos del mediodía.

Llamé a la puerta y esta vez me abrió Shasha. En cuanto me vio sonrió con su preciosa sonrisa.

―¡Hola! ¿Qué tal te fue en Vernal?

―Por un lado bien, pero por otro...

―¿Qué ocurrió?

Quería hablarle de lo que me había contado Jacobo, pero me sentí incapaz de decir nada y, en ese momento, una pregunta captó mi atención: ¿Habría seducido Rodrigo a Shasha también? Shasha era muy hermosa, mucho más hermosa que Mercedes o que Alicia. Deseé con todas mis fuerzas que la respuesta a esa pregunta fuese un «no» rotundo. Pero, si lo que me había contado Jacobo era cierto, entonces había muchas posibilidades de que Shasha también hubiese caído rendida ante los encantos de ese sinvergüenza.

―No sé por dónde empezar ―suspiré tratando de ignorar la pregunta que me atormentaba.

―Está bien, ya me lo contarás después. Ahora Elvira y yo hemos preparado una comida deliciosa, come con nosotras por favor. ¡Pasa, pasa!

En cuanto hube cruzado el umbral de la puerta, saludé a doña Elvira que ya se había sentado a la mesa. Me sonrió con ternura y yo tomé asiento a su lado. Shasha trajo un tercer plato para mí, pero antes de comer les dije que deseaba regalarles algo.

Doña Elvira sonrió muy ilusionada cuando desenvolvió su regalo. Se quitó el pañuelo que llevaba puesto y se puso el nuevo que le había comprado. Shasha y yo le dijimos que le quedaba muy bien y la joven le acercó un pequeño espejo. Cuando la anciana se miró en él, sonrió y me cogió la mano en muestra de agradecimiento.

―No es nada, doña Elvira, tan solo un pequeño detalle. 

Shasha desenvolvió también su regalo y cuando descubrió el libro gritó de júbilo y me abrazó con fuerza.

―¡Me encanta, Aroa! ¡Muchísimas gracias!

Yo me sentí muy contenta por aquella muestra de gratitud por parte de las dos y reiteré que tan solo habían sido dos pequeños detalles.

A continuación, comenzamos a comer, pero la inquietud volvió a aparecer en mi pecho y en cuanto hubimos acabado, dije sin más preámbulos:

―El viernes conocí al alcalde, y no me dio una buena impresión. ¿Qué sabe de él, doña Elvira?

Los pequeños ojos de la anciana se llenaron de tristeza y sus labios se curvaron hacia abajo. Empezó a negar con la cabeza.

―No tenemos una buena relación con él ―intervino Shasha.

No quería preguntarle a ella, pues temía su respuesta. Pero continuó hablando sin mirarme, como si estuviese hablando para sí misma.

―Es un hombre muy guapo, pero un auténtico cretino.

Bailes de SirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora