Prologo

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Sentarme detrás de este cristal que me separa de él, en este lugar tan repulsivo, donde de la única manera que puedo hablarle es a través de este viejo teléfono rojo, no era exactamente algo que tenía planeado y, mucho menos, algo que había deseado.

Me pregunto cuántas esposas desesperadas se habrán sentado en esta misma silla que sólo sabe rechinar, a llorar por su amado con el que mantenían una conversación, de la misma manera que ahora yo lloro por él, sosteniendo el mismo jodido teléfono. Yo aquí, y él del otro lado del cristal.

Le dije que cambiara, más bien se lo rogué. Le dije que jamás estaría en esta situación con él, puesto que prometí nunca visitarlo si acababa en este lugar. Pero, si bien él no supo cumplir con sus promesas, yo menos aún supe cumplir con las mías.

En cambio, quisiera revertir el tiempo y volver a aquellos tiempos en que éramos felices, verdaderamente felices. No hace unos meses, cuando era más una tarea que un placer, cuando nos acostumbramos a fingir sonrisas y a esconder todo el dolor en los cajones de nuestras almas hasta hace poco, cuando dos policías entraron a nuestro hogar, si es que aún puedo considerarlo así, y lo tomaron por ambos brazos, arrebatandomelo.

Quisiera que todo volviera a ser como lo era cuando todo esto empezó. Cuando lo conocí en aquel café de la manera más insólita, como su sonrisa le daba vueltas a mi mundo y verlo era lo único importante de mis días.

Como desearía que todo esto fuera mentira, una horrible pesadilla de la que aún no logro despertar. Pero esta es la realidad que nos toca vivir, el duro día a día al que me tendré que acostumbrar, sin él.

Ni una palabra, ni un sonido emiten mis labios. Me quedo ahí, sentada, mirándolo fijamente, pensando en qué decirle. Es triste ver como él logró enseñarme tantas cosas sin embargo, no pudo aprender por su cuenta, y tampoco dejó que otros le enseñaran.

Dejo el teléfono tirado mientras lo escucho llamar mi nombre. − ¡Escúchame! −estaba gritando, era la única manera de que escucharlo, sin el uso del teléfono, el cual ya había soltado, fuera posible. Gritaba que lo escuche, pero él nunca me escuchó a mí, me rogaba que entendiera, pero ya no hay nada que entender.

Golpeaba el cristal, una y otra vez, pero si lo que quería era romperlo, jamás lo iba a lograr. − ¡No te vayas, por favor! −seguía gritando, mientras yo me alejaba, caminando como podía, ya que las piernas me temblaban. Es increíble cómo aún me hacía temblar sin la necesidad de tocarme.

Me volteo y lo miro. − Malili.. −la tristeza en su rostro es como una bala atravesando mi corazón. Pero él merece mi desprecio.

− No me llames así. −veo como dos guardias lo toman, uno por cada brazo, tratando de llevárselo. Pero él sigue luchando, llamándome, rogando que no me vaya.

Pero ésta vez no soy tan débil. Me doy la media vuelta y continuo caminando con la mirada baja, tratando de no escuchar sus gritos de desesperación.

De un extremo a otroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora