Suena el timbre, indicando que la clase había finalizado, y así también termina mi estadía en este lugar por hoy. El primer día en la universidad sonaba maravilloso, sonaba totalmente diferente a la escuela, pero es bastante igual, sino lo mismo. Personas que te juzgan a primera vista y profesores que sólo dan las clases por darlas y no por el bien de la educación. − Espero que mañana tengan listos sus ensayos. −dice el profesor, recogiendo sus pertenencias.
− ¿Ensayo? ¿Qué ensayo? −logro preguntarle a la chica que estaba sentada a mi lado.
− Tienes que hacer un ensayo sobre la primera Guerra Mundial, sus causas y consecuencias. −ella responde, y luego se despide.
Termino de recoger mis libros y así mismo los guardo dentro de mi bolso. − Malia Amoer. −es mi nombre el que sale de los labios del profesor. Levanto la mirada y, ya no está junto a su escritorio, sino junto a mí. Al mirar a mi alrededor es cuando me doy cuenta que sólo quedábamos los dos en el salón. − La hermana menor del jóven Jared, asumo. −sin pensarlo dos veces, le corto la mirada. Era un mal hábito, lo sé, pero detestaba que me hablaran de mi hermano.
− ¿También le debe dinero a usted? Porque si ese es el caso, no pienso ser yo quien le pague. −digo vagamente, ya estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones y, honestamente, me tenían cansada.
− Para nada, −ríe el viejo. − Tu hermano era un excelente alumno, el mejor de mi case. −dice pasándome un lapicero que, al parecer, se había caído de mi mesa. Lo tomo y lo guardo dentro de mi bolso, seguido de un forzado agradecimiento. − Lamento mucho su pérdida.
− Mi hermano no está muerto, así que le agradecería que no hablara de él como si lo estuviera. −digo de mala gana.
− Malia, han pasado dos años ya, ¿no crees que ya es obvio que no va a volver?
− Quizás él no quiera volver, demonios, ni yo quisiera volver a este asqueroso lugar. −digo− Pero eso no quiere decir que esté muerto, yo sé que no lo está, Jared es muy inteligente como para dejar que eso suceda.
El hombre suspira delante de mí y dice−: Quizás él quería que suceda. Lo miro llena de furia por un instante y salgo del salón con mi bolso colgando de mi hombro. ¿Quién demonios se cree este viejo?
Corrí hasta el Café Nectarina para llegar temprano a mi turno y evitarme otra charla emocional por parte de mi jefa. Aunque, gracias a mi profesor, dudo que lo logre. Trabajar para lidiar con mis gastos personales sonaba bien, o mejor de lo que realmente es. Llevo haciéndolo desde mi último año en la secundaria, pero aún no encuentro lo genial en ello.
Tan pronto entré al Café, Sam me lanzó un delantal y yo le lancé mi bolso para que lo guardara por mí. Hoy le tocaba a ella encargarse de la caja registradora, así que a mí me tocaba ser mesera. Le dediqué una sonrisa y le susurré un agradecimiento luego de atrapar una libreta y un bolígrafo que me había lanzado también.
− ¡Un especial del día, una hamburguesa sin tomates y dos cervezas! −le grito a los cocineros, que se encontraban en la cocina, que se conectaba con el lugar por una simple ventanita.
Luego de tomar un par de órdenes más y llevarles la comida a los clientes, tiré la libreta sobre el contador dónde se encontraba la caja registradora y posé mis brazos en forma de equis sobre el mismo, recostando mi cabeza boca abajo sobre ellos.
− ¿Primer día muy duro? −pregunta Sam. Levanto la cabeza al escuchar la campanita que sonaba cada vez que la puerta principal era abierta.
Tomé de nuevo la libreta y el bolígrafo y me puse de pie, seguido de un suspiro. − No te imaginas. −respondo, mientras camino hasta la mesa del nuevo cliente. Era un hombre, le doy por lo menos unos 26 años. Era muy alto y fuerte. Tenía un reguero de rizos en la cabeza, una camisa blanca con unos pantalones negros ajustados y unas botas marrones, también unos lentes de sol que no me permitían ver sus ojos.