Nos habíamos situado largamente en un paisaje hermoso, con grandes arboledas, un vasto colchón verde y en un pequeño claro cerca del lago.
Jugueteamos en tono volcánico valiendonos del ruidoso silencio del viento, el agua y las aves. Sus ojos relucían con los pequeños destellos de sol que se cruzaban abruptamente entre las hojas.
Apresuramos en adentrarnos en el agua, donde nuestras pieles se rosaron sin la molesta tela. Sentí como su piel se fundía con la mía en una abrasadora caricia.
Cuando al fin estábamos en nuestros brazos y sumergidos en el agua, junto al ardor situado bajo mi vientre sentí una tensión en mi pierna, fue como un espasmo frío en la extremidad. Cuando volví en conciencia mi pie derecho estaba siendo atraído fuertemente por la oscura profundidad del lago.
Me solté de su ser, mientras batallaba por mantenerme en la superficie, de un momento a otro pude oler el inmenso fondo, respiré tan fuerte que me volví parte, y pude mirar espectante la lúgubre escena.
Era yo, quien viajaba con fuerza por el agua, camino a lo más recóndito de este gran estanque, ya no hacía movimiento y mi piel había empalidecido. Justo antes de llegar a mi destino volví a mi cuerpo, y sentí como el agua helaba mis huesos.
Fue así como me sumergí en el rocoso fondo con el que por un instante nos volvimos uno, abrí paso a la iluminada salida que había ante mi. Flote y ya había respirado sufiente, sentí que ya no necesitaba hacerlo.
Llegue a una superficie igual a la de antes, las aves, la arboleda y el claro junto al lago. El mismo ruidoso silencio, pero aquí ya no estabas tú.