Observe y palpe mi alrededor, las enormes y lisas murallas blancas, los largos telones burdeo, el blando alfombrado, las cálidas sábanas y las cómodas almohadas.
Antes sumergirme en un profundo descanso, sentí un suave roce. Nada se compara, me estremesco e incorporo, lentamente me fusiono con un cuerpo que se adhiere al mío.
En un instante me encontré en el cosmos, dejé mi ser y me volví polvo, descubrí entonces que era libre de desplazarme y flotar eternamente en un infinito indescriptible.
Fuí parte de miles de lugares a la vez y sentí como fluía dentro de mi una estela plagada de astros. Una nube trazada de tonalidades violetas y anaranjadas unían nuestros corazones.
Entonces, percibí la forma en que invisiblemente unos lazos conducían como en una hermosa y coordinada danza cada aspecto de la vida misma.
Estábamos destinados a este momento, que se reitera, vuelve a coincidir y trasciende en toda la extensión y magnitud.