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-Muy bien, Donatello- me pongo el mandíl para no llenar mi ropa de harina -Empecemos- me señalo con el pulgar -Yo haré la masa, usted- lo señalo- vaya cortando el queso para ponerle.

Nos lavamos las manos bien lavaditas y nos ponemos en marcha.

Sus manos a pesar de ser enormes, son bastante diestras a la hora de cortar.

-Pero bueno...- lo miro con una sonrisa burlona -No mentía cuando dijo que era rápido aprendiendo- ríe bajo, poniendo otra arepita en el sartén caliente.

-Nunca miento- se encoge de hombros enjuagándose las manos -No creí que fuera tan fácil hacerlas.

-Es fácil y rico- saco las que ya están listas y las apilo en un plato grande, formando tres montoncitos -Es muy bueno en la cocina.

-Pff, tú hiciste la mayoría- recarga el caparazón en la pared junto a mí -Deberías ver a Mikey, él sí que es bueno cocinando.

-¿Mikey?- lo miro de reojo, esperando a que se cocine el resto.

-Es mi hermano menor, tiene un gran don culinario.

-Entiendo- una sonrisa tira de mis labios -Mi abuela me enseñó a hacer arepas cuando era chiquitica- los recuerdos de su bella sonrisa me llenan de calidez -Era muy buena cocinera.

-Debió ser lindo- me mira sonriendo -¿Ella se quedó en Colombia?

-Lo fue- tomo una profunda inhalación, soltando el aire con pesadez -Ella falleció cuando cumplí los catorce años.

Bajo la cabeza con remordimiento, tiene muchos años que ni siquiera la mencionaba...

-Oh... lo siento...

-No hay cuidado- lo miro sonriendo -Fue sin culpa, ¿Cierto?- asiente -Bueno, esto ya está- termino de sacar las arepas y apago la estufa, llevando el plato al comedor.

Donnie me ayuda con los cubiertos y las servilletas, tomando asiento junto a mí en la mesa.

Le pongo tres en el plato y yo me pongo una.

-Adelante- señalo la comida en su plato -Pruébela.

Una sonrisa se forma en sus labios y asiente tímidamente, dando la primera mordida.

El vapor se escapa del interior de la masita, la boca se me hace agua.

La mastica con tanto gusto que ya hasta se me antojó.

-Esta deliciosa- me mira cual niño emocionado, haciéndome reír.

-Ya sé- tomo la mía- son mejores cuando las hace uno mismo- doy una mordida, integrando todos los sabores mientras mastico.

¡Santo Dios!

Estoy en el cielo.

Tenía mucho que no comía arepas, eso es pecado.

Comemos en una agradable charla, él me cuenta de sus experiencias con su familia y yo lo escucho atenta.

No creí que fuera la clase de chico que hablara, más bien parece tímido.

Debió coger confianza.

Sonrío ante el pensamiento.

Me agrada saber que se siente cómodo, ¿Es malo?

¿Quién sabe?

Me limito a disfrutar de este agradable momento.

Cuando terminamos, me ayuda a recoger antes de llevar todo a la cocina.

Esta vez sí lo dejo lavar.

Si quiere ayudar, ¿Quién soy yo para negárselo?

Aunque claro que le hago compañía, al menos dándole apoyo moral.

A media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora