Capítulo 2: La bella muñeca de porcelana cazadora

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Solo dos días después del incidente con Leyla, Aynur comenzó a sentir sed de sangre de nuevo. Intentaba distraer su sed ingiriendo comida y bebidas humanas, sin embargo, todo eso era inútil. De nuevo sentía sed.

La joven sultana necesitaba idear algo para lograr alimentarse, y rápido, de lo contrario,  por más comida y bebidas humanas que probara, en algunos días la sed la estaría matando de nuevo, y si eso continuaba así, podría ocurrir otro incidente como el qué ocurrió con Leyla, o algo peor... Temía que en cualquier momento su monstruosa naturaleza la poseyera por completo y la hiciera cometer una masacre en palacio, asesinando incluso a aquellas personas a las que más amaba y deseaba proteger en el mundo. 

Aynur casi todas las noches lidiaba con esta pesadilla: ella con los labios y el vestido cubiertos de sangre en medio del patio principal del palacio de Topkapi con el montón de cadáveres rodeándola, incluidos el de su amado y el de su hija.

La sulrana Aynur se terminó de abrochar el vestido que usaría el día ese día. Era un vestido color azul rey, últimamente intentaba usar vestidos de manga larga para que cubrieran aquella cicatriz de su brazo que nunca cicatrizó de nuevo y qué en lugar de ello tomó un aspecto paranormal. La prenda lucía hermosos encajes bordados en hilo de oro y adornados con incrustaciones de cristal. Después de arreglar su vestido, peinó su cabello en una media cola, se puso un velo azul pálido que hacía juego con el vestido y sobre su cabeza colocó su tiara favorita. ¡Por fin! Estaba lista para un día más de aquel angustiante encierro al que se condenó a sí misma semanas atrás.

Para hacer algo distinto, con algo de temor, decidió que tal vez podría ser buena idea abrir las puertas de su balcón y salir por un momento a tomar aire fresco. Abrió y con cuidado salió. Ella temía que aquellas leyendas sobre los vampiros fueran reales y que al hacer esto ella se condenara a morir calcinada por la luz del día, sin embargo, eso no pasó... ¡que alivio!

-Que bueno que eso de la luz del sol era solo un mito, ¡por fin encuentro una cosa buena de ser vampiro! - susurró para sí misma con algo de sarcasmo a modo de darse algo de ánimo y autoapoyo en medio de esta extraña situación que vivía. A veces hacer comentarios en ese tono sobre cualquier desgracia en su vida le ayudaba a sentirse mejor.

Se acercó más a la orilla del balcón e inhaló aire fresco mientras cerraba los ojos. Sintió como los rayos del sol acariciaban su fría y pálida piel. Era como sentirse viva de nuevo, como sentir de nuevo su propia sangre correr por sus venas e irradiar calor de nuevo a cada parte de su cuerpo. A veces se preguntaba "¿Qué pasaría si algún día llego a herirme con un objeto punzocortante?" Sí, sabía que tenía aquella cicatriz plateada que ya una vez había secretado un extraño líquido platinado, pero no creía que esa fuera en realidad la condición actual de su sangre. Sentía qué ese líquido y la herida en sí eran más bien un recordatorio de algo que aún no lograba descifrar, pero no eran como tal aquella herida original y sangrante que tuvo alguna vez cuando fue humana y que se supone qué tenía años qué había cicatrizado. 

¿O quién sabe? ella actualmente se veía a sí misma más bien como una hermosa, fría y pálida muñeca de porcelana carente de alma, que si llegaba a ser herida al grado de que su piel se rasgara, solo se rompería en mil pedazos, "¿Acaso esa muñeca sin alma aún tendrá algo de humanidad o sentimientos?" A veces se sentía tan vacía.

Su cabeza seguía pensando cosas sobre su nueva condición cuando de pronto, abrió lentamente los ojos y miró hacía un punto fijo del jardín. Sintió un montón de cosquillas en su estómago y sin darse cuenta sonrió tiernamente. Era él, el sultán Yazdan que se encontraba por comenzar su entrenamiento de tiro de arco matutino en medio del jardín. 

Desde el balcón Aynur tenía una vista exquisita de él, que hoy llevaba un hermoso caftán, más sencillo que de costumbre. De momento, se lo quitó y debajo de este llevaba puesto un pantalón más ligero, especial para entrenar y una ligera camisa blanca de cuello V que dejaba al descubierto parte de su hermoso pecho. Una extraña sensación de frío picoteó las mejillas de Aynur haciendo que por reflejo llevara sus manos a las mejillas. Por un instante se recordó a sí misma de adolescente.

El Vampiro de los mil años: Aynur SultanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora