Extra

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Aunque acababa de pasar la más maravillosa de las noches al lado de Peter, no podía estar contento porque era consciente de que, haberme entregado a él, si bien no parecía un error para mí, no dejaba de ser una infidelidad, y Ezra no se merecía ningún engaño.

Hablar con él, o, mejor dicho, romper con él, no sería algo sencillo, porque Ezra estaba muy ilusionado con el tema de irnos a vivir a Jordania para estar cerca de los suyos. Y, aunado a esto, también me había estado insistiendo en que deseaba formalizar pronto; quería que nos casásemos en México para después marcharnos como una pareja más formal, para que sus padres viesen que la cosa iba en serio y que no era ningún lapso de confusión, como lo había asegurado su madre tiempo atrás.

Todo el trayecto regreso a casa me lo pasé pensando en nuestra relación, porque si bien no había sido la más romántica del mundo, sí admito que tuvimos buenos momentos y que Ezra me ayudó a contrarrestar mi soledad y el tremendo vacío que había dejado Zero cuando lo perdí. Nunca pensé en él como un flotador, más bien siempre sentí que ambos nos ayudamos mutuamente, cada uno en un aspecto distinto, pero los dos nos acompañamos en momentos difíciles de nuestras vidas, y eso era precisamente lo que más me pesaba, el hecho de sentir cierto apego y cariño por él.

Había estado muy confundido desde el momento en que vi a Pedro otra vez; él, con su sola presencia, había revuelto mi mundo como en el pasado, y en el fondo sabía que eso iba a sucederme en caso de un reencuentro, porque mi corazón jamás cerró puertas ni ventanas, siempre mantuvo la esperanza; incluso puedo asegurar que mi vida, mi propia existencia, se alimentó siempre de los recuerdos más bellos de nuestra historia.

Cuando aparqué el auto me costó salir de este porque siempre he sido cobarde, más cuando se trata de romper con las ilusiones de una persona inocente. Sin embargo, cuando miré hacia la casa lo vi asomándose por la ventana de la sala de estar; estaba cruzado de brazos y no había una sonrisa en su rostro, aunque tampoco reflejaba enojo.

—Estamos solos —anunció en cuanto abrí la puerta—. Los empleados se marcharon; me tomé la libertad de darles el día —explicó molesto, a la defensiva—. Así como tú le diste vacaciones a tu asistente, ¿verdad? —añadió con una risa sardónica.

Le había dicho que estaría en la oficina con Jorge, mi asistente, pero me di cuenta de que se había encargado de investigar por su cuenta, así que no me quedó más remedio que dejar la cobardía a un lado y comenzar a sincerarme, a decirle la verdad.

—Sí, le dije que podía tomarse unos días porque trabaja demasiado. Su familia apenas lo conoce por estar siempre como mi sombra; era justo un descanso.

—Y tú, ¿con quién te fuiste a descansar? —enfatizó la última palabra dejando al descubierto un semblante de furia—. ¿Con quién me engañas, Emilio?

Me fui a sentar al sofá mientras me aflojaba la corbata; me sentía como un criminal, y la sensación de culpa, entre más la ocultaba, más me asfixiaba.

—Puedo explicarlo de principio a fin, pero no sé si quieres escuchar una historia acerca de mi pasado…

Ezra se quedó de pie junto a la mesa de café, todavía estudiando mis gestos con evidente furia.

—No intentes justificar tu infidelidad con una historia que pretende conmoverme, Emilio —bramó y no me quedó más que asentir con la cabeza para darle la razón—. Solo dime con quién estabas.

—Pedro —confesé.

—¿El hijo de Larissa? —cuestionó incrédulo.

—Sí, estaba con él.

Las Hojas Perdidas 2 [EN CURSO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora