Hoja XII.

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Hoja XII.

Aquella mañana no esperé la luz del alba, me perdí de los primeros rayos del sol y de la sensación de asfixia que también me abandonó dándome un halo de paz y un respiro.

Desperté y vi que Emilio seguía dormido, me abrazaba todavía y tenía su cabeza encima de mi mejor almohada. Me le quedé viendo unos minutos conteniendo las ganas de despertarlo para darle un beso, para agradecerle por lo de la noche anterior.

No había sido un sueño, había sido la realidad más magnífica de mi vida. Y no estaba medicado como para perderme de las sensaciones, de todas aquellas emociones que flotaban dentro y fuera de mi ser.

Aparté su brazo de mi cintura y me incorporé sentándome en la cama para despertarme de una vez porque aún me sentía aletargado. No tenía resaca como la ocasión pasada, pero me sentía algo cansado y eufórico al mismo tiempo.

Escuché el sonido de un teléfono vibrando y lo busqué con la mirada. Se hallaba encima del buró que estaba del lado de Emilio y era su teléfono. Me puse en pie, rodeé la cama y lo cogí solo para ver que eran las once de la mañana y que era Ezra reclamando por la ausencia de su novio.

Me pregunté si era correcto responder y decirle que él se hallaba dormido porque habíamos ido por unos tragos la noche anterior, pero algo me dijo que responder sería estúpido y que quizás Emilio iba a meterse en problemas más tarde. Silencié el teléfono y vi que la llamada se perdió.

Quise hurgar en el dispositivo pero este tenía una contraseña de cuatro dígitos que yo no sabía. Entonces volví a dejarlo sobre el buró y fui en busca del mío para tomarle una foto a Emilio. Quería un recuerdo de ese día; quería recordar que en realidad habíamos estado juntos.

Le tomé algunas fotografías desnudo, solo una sábana cubría su entrepierna. Él ni se inmutó, pero de pronto sintió mi mirada y abrió los ojos un poco para verme de pie junto a la cama con una sonrisa.

—¿Qué haces? Vuelve a la cama.

—Te estoy tomando fotos comprometedoras para venderlas después —bromeé.

—Bórralas —respondió más dormido que despierto—. Ven aquí conmigo.

Dejé el teléfono sobre el buró y pegué un brinco a la cama; él nos cubrió con la sábana cuando me abrazó y me estrechó tan fuerte contra su cuerpo. Respiré el aroma de su piel como un adicto al crack, quería enrollarlo en uno de mis cigarros para fumármelo.

—Ezra te llamó —anuncié.

—¿Sí?

—Sí, hace un momento. Iba a responder, ¿habría sido una mala idea?

—Pésima idea. —Soltó una risa nasal—. Le dije que estaría en la empresa hasta el mediodía.

—¿A esa hora se acaba el hechizo, Cenicienta?

—Por desgracia.

Acurrucados, volvimos a besarnos con lentitud, acariciándonos con mayor confianza, pero con cierta timidez porque ambos estábamos sobrios.

Sentí su erección y me escondí bajo la sábana para comérmelo; él jadeó con fuerza y levantó la sábana para verme un momento, luego la dejó caer sobre mi cabeza y me sujetó por los hombros y la nuca al separar un poco las piernas.

—Me vas a volver loco... —murmuró con la voz ronca.

Descubrí que me encantaba el sabor de su sexo, no era amargo como el mío. Podía probarlo todo el día, beberlo hasta saciarnos y siempre querría un poco más.

Las Hojas Perdidas 2 [EN CURSO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora