Capítulo 1: Iseult

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Corría el año 1484 en Inglaterra, y casi todos los habitantes de Yorkshire tenían un ojo puesto en el mar y el otro en sus labores. Tras la muerte del rey Eduardo IV, su hermano Ricardo, ni corto ni perezoso, se había ceñido la corona al usurpar el trono de su sobrino Eduardo V. Sin embargo, su derecho a reinar se sostenía débilmente en la supuesta ilegitimidad del matrimonio de Eduardo con la bella Isabel Woodville, y Ricardo y su reina Ana gobernaban con la misma estabilidad que exhibiría una vaca subida a un poste.

Los rescoldos de la guerra se habían avivado de nuevo, y la quebradiza consistencia de aquellos meses de paz se transformaba otra vez en un terreno voluble y colmado de intrigas. Los rumores de que el rey había asesinado a sus sobrinos en la Torre de Londres para eliminar cualquier tipo de competencia no les sentaban demasiado bien a los yorkistas, todavía enamorados del recuerdo de Eduardo IV. La reina viuda Isabel conspiraba con Margarita Beaufort y, al otro lado del canal, el hijo de esta, Enrique Tudor, esperaba el momento adecuado para zarpar con su flota mercenaria y añadir un ingrediente nuevo a aquel caldo de violencia y ambición que había provocado que muchos ingleses no conociesen todavía lo que significaba vivir en tiempos de paz.

Los habitantes del castillo de Scarborough no estaban exentos de la preocupación que suponía hallarse a las puertas mismas de aquel mar que traía vientos de guerra por un costado, sin olvidar que por el otro se les echaban encima los renovados coletazos del conflicto civil entre las Casas de York y Lancaster, que se disputaban el poder esgrimiendo el idéntico mérito de poseer sangre Plantagenet.

Pese a todo, Iseult de Beauchamp, la hija del gobernador, se hallaba tranquilamente sentada en su recámara tocando el laúd en el antepecho de la ventana, por la que entraban las nada beligerantes caricias de la brisa marina. El larguísimo cabello ondulado y cobrizo se escapaba a través del dintel de piedra y se le enredaba con las cuerdas del instrumento, interrupciones que aprovechaba para detener su interpretación y apuntar o tachar alguna nota musical en el trozo de papel en el que estaba registrando aquella melodía que había aparecido en su cabeza nada más levantarse, como salida de sus sueños. Pensativa, se llevó la pluma de ganso a los dientes y la mordisqueó, intentando recordar los compases que todavía resonaban como un eco lejano en su imaginación.

—¡Lady Iseult! ¿Estáis despierta?

Un golpeteo muy poco inspirador resonó sobre los tablones de su puerta.

—¡No! —respondió, intentando dejar claras sus intenciones de continuar a solas un rato más.

Como era de esperar, aquello no hizo sino embravecer al ama, quien, empujando la puerta con la energía de un jabalí enfurecido, apareció en el umbral con sus acostumbradas faldas marrones y la cofia de lienzo bien prieta sobre la cabeza.

La feria de ScarboroughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora