Maya
La ciudad de Nueva York es completamente abrumadora. Imponente. Tanto que casi me echo para atrás.
Me quedo con la maleta en la mano, mirando. Solo mirando. Absorbiendo detalles.
La certeza de que he cometido una jodida locura me cayó encima como un golpe derecho contra un paredón.
Estoy sola, en el sentido figurativo y literal.
No tengo trabajo y tendré que sobrevivir con unos pocos ahorros que, si soy sincera, no creo que puedan llevarme muy lejos.
La pobreza es nuestra única y fiel compañera. Nunca nos abandona.
No fue muy provisorio de mi parte. Pero en mi defensa, ese era justo el punto de este viaje. Creo.
Se podrán dar cuenta de que es bastante indecisa. Si le preguntas, ¿estás segura? Te dirá: no lo sé, ¿estoy segura? ¿Tú qué crees? ¿Lo estoy?
Nunca vas a defenderme, ¿verdad?
No se trata de eso. Solo estoy presentandote.
Podrías hacerlo de otra manera.
*Suspira en conciencia* Bien *se aclara la garganta* Les presento a Maya Bellerose: una chica de veinte años, más perdida que mi dignidad y sin una mínima idea del motivo por el cual vino a este mundo. Eso sí, es una buena persona... a veces...
¡Hey!
Shhh. Cree que su familia la detesta, excepto su hermana. En el departamento de amistad le podría haber ido mejor, en el de amor... puf, mejor ni lo menciono.
Ya entendieron, ya puedes callarte.
Quizás necesitaba probarme a mí misma que podía sobrevivir con mi propia compañía y capacidades. Que servía, al menos, de adulto funcional. Aunque bueno, con veinte años eso de adulto es relativo.
Al bajar del avión me quedé en el aeropuerto buscando algún lugar donde dormir, aproveché para cargar mi teléfono e ir al baño. Sobreviví hasta ahora con una botella de agua pequeña, unas mentas y un paquete de papas fritas. Eran las cinco de la tarde, era invierno y estaba a mi suerte.
Tú puedes, Maya.
Ya estamos aquí. No es opción volver a casa y no hay de otra.
Somos nosotras contra el mundo.
Intenté patéticamente tranquilizarme a mí misma con patéticas afirmaciones positivas, pero no estaba funcionando.
Mis manos tiemblan.
Mis piernas tiemblan.
El estómago se me estrujó en un apretón de anticipación y esa sensación única que vibra dentro de ti cuando estás a punto de cometer una locura me sacudió el cuerpo entero.
La primera buena señal era que no me había equivocado de autobús ni de parada. Comencé a caminar hacia la dirección que tenía apuntada, siguiendo el mapa desde la aplicación. Hace dos horas conseguí un lugar para quedarme hasta nuevo aviso. Por lo que había visto era una casa, no muy lujosa, lo que iba a pagar era la habitación en donde dormiría y el derecho de piso. Tenía la opción de llevar comida por mi cuenta o llegar a un acuerdo con el dueño del piso. Lo único que sabía de él era que se llamaba Logan. Y que tenía una habitación disponible a un precio bastante aceptable y lo más importante, que podría sostener por un tiempo hasta conseguir trabajo.
Y eso fue todo. Esa decisión, la de cliquear esa opción de estadía en vez de la abajo o la de arriba en mi celular bastó para que mi vida tomara una vuelta completa, de principio a fin. Esa mínima decisión cambió mi rumbo. Pero ya llegaremos a eso.

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Soy contigo
Roman d'amourMaya está perdida y no tiene idea de quien es. Logan había creído encontrarse a sí mismo hace mucho tiempo, hasta que todo ocurrió.