PAJARRACO

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Y así, sin más, acabó todo.

Todavía no sé cómo he llegado a este punto, ni si realmente soy el culpable de todo lo que ha ocurrido. Supongo que algunos tienen la suerte de contar el origen de su historia, la mía no tiene nada de interesante salvo el final, estos últimos veinte segundos de caída en picado hacia una muerte segura. ¿Por qué no disfrutarlos?

***

—¡TE ODIO!

Así se despidió Seline, el amor de mi vida. Una mata de pelo azabache y rizado con patas. Una naricilla respingona coronada por dos pequeños luceros tan negros como mi destino y tan curiosos como los del gato muerto. Su boca, una delgada linea, tan afilada como las palabras que solían salir de ella. Supongo que no os la presento en su mejor día.

A día de hoy sigo preguntándome por qué me besó de aquella manera, como si quisiera robarme el alma, tras decir aquellas palabras y desaparecer para siempre de mi vida, convirtiéndose en un recuerdo, en un momento, un corazón que ya no tuvo arreglo y unos labios que nunca volvieron a conocer otros.

***

Abro los ojos y veo el cielo; el sol no me ciega pues aún despunta al alba a mi izquierda. Naranjas, violetas y ocres se entremezclan, con algunas nubes, frente a mis ojos. Mi pelo, enmarañado, no destaca ante aquella paleta. Lo veo moverse a cámara lenta en la periferia de mi, cada vez más estrecha, visión. No noto el viento, solo el roce del aire conforme mi espalda lo atraviesa con violencia y más velocidad a cada segundo que pasa.

Tengo los brazos extendidos, como si me creyese un pájaro panza arriba. Sé que dentro de poco no tendré fuerzas suficientes para vencer la fatiga acumulada ni la resistencia del aire. Recuerdo a aquella ballena de aquél libro que leí hace años. Aparecía de pronto a gran altura, nueva ante el mundo. Caía como hago yo ahora y su último pensamiento fue ponerle nombre al suelo y, en cierto modo, abrazarse a él con la alegría con la que se conoce a un nuevo amigo. No creo que ese sea mi caso.

***

—¡TE ODIO, KASTOZ!

Una frase contundente que atravesó, sin resistencia, el aire plagado de metralla y proyectiles. Mis oídos lo captaron a la perfección, a pesar de estar casi inutilizados tras varios días de incesantes silbidos y explosiones demasiado cercanas. Keff, viejo amigo y aliado, ahora ya menos pues le faltaban las dos piernas y medio brazo tras la última explosión, me impelaba con aquellas palabras a recoger sus restos. Mis piernas, por supuesto, eran más rápidas.

Al menos lo fueron hasta que un proyectil, hermano del anterior, arrebató el suelo a mis pies y me lanzó volando sobre un murete y una zanja donde, según quienes me recogieron, pasé al menos dos días inconsciente, cubierto de mugre, barro, sangre y escombros. De aquello tengo el recuerdo de una ceja partida y una hermosa i griega en mi espalda.

***

La verdad es que no me apetece que sea esa extraña letra la que reciba en primer lugar el impacto. Tal vez sea tiempo de tomar las riendas de la situación y dejar este mundo, y todos lo demás, como yo quiera. Tan solo tengo que girar en el aire, tarea mucho más fácil de decir que de hacer.

Justo ahora, al tensar los músculos del abdomen, un intenso latigazo de dolor me recuerda la daga clavada. Un grito sordo escapa de mis labios secos a la vez que mis manos aferran el puñal. ¿Qué hacer? ¿Sacarlo y decidir mi destino o dejar que lo decida el filo?

***

—¡TE ODIO, RATA INMUNDA!

Una vez más esa frase. Ya por entonces empezaba a ver que allí se repetía un patrón. Cerré la puerta del calabozo por fuera y allí dentro dejé a Clif. Si tengo que ser sincero ni siquiera sabía si ese era su nombre. Un hombre enjuto, de bigote espeso, para entrar a vivir, y barriga de tres códigos estatales. Verlo agarrando los barrotes, y sabiendo que era mi cuello lo que querría estar sujetando, no me invitaba a quedarme mucho más tiempo haciéndole compañía.

Es cierto que acababa de hundir a aquél hombre y a su familia al hacerlo único responsable del robo. Es cierto que no tenía nada que ver y que incluso era la víctima del robo. Pero uno tenía que comer y hacía tiempo que no lo hacía como lo haría aquella noche.

***

Empiezo a entender que tal vez si que tengo algo de culpa en todo esto, pero sigo sin tener claro que sea culpa mía acabar cayendo por la ventana de aquél edificio de Ágrabah, viendo las montañas en las que nací desde una perspectiva un tanto extraña y acompañado de aquél pajarraco inmundo.

Sí, la culpa se la echaré al cuervo. Por colarse en mi casa y hacerme perseguirlo ciegamente para echarlo me tropecé con la alfombra. Por intentar sujetarme de algún sitio, acabé apoyándome filo adentro del alfeizar de una ventana que había atravesado previamente. Y por la inercia que llevaba salí despedido por aquél hueco y ahora me encuentro a escasos metros del suelo.

***

—...y entonces la silla se rompió y el cuerno de rongen se le clavó en la nalga derecha. Desde entonces le llamamos Nalgasfrescas, jajajajaja. —Aquella risa pertenecía a una inteligentísima mujer llamada Narcisa. Nadie sabe cómo acabó siendo contrabandista y sicaria, pero no sólo de la mente vive la mujer, y la que desarrolla mente y músculo vive mucho mejor. Debe ser de mis pocos recuerdos sin odio hacia mi persona.

—Y tres meses me costó volver a apoyar éstas posaderas en algún sitio. No me hace ni p...

—¡Narcisa! ¡Sécula! No puedo creer que sigáis en Ágrabah. Dejadme que os invite a un buen vin... —El estruendo de jarra, a medio vaciar de cerveza, al impactar sobre una mesa de caoba me hizo callar en el acto.

—¡KASTOZ PURJ, DESECHO DE LA SOCIEDAD, DESPOJO NAUSEABUNDO, TE DIJE QUE NO QUERÍA VOLVER A VER ESOS DIMINUTOS OJOS DE CASTOR EN MI VIDA! ¡AGARRADLO, QUIERO SUS OREJAS DE PENDIENTES Y LAS UÑAS DE TODOS SUS DEDOS PARA HACERME UN CENICERO! —Cada palabra de aquella frase me peinó un poco más y me invitó a poner pies en polvorosa. Pocas ocasiones recuerdo en las que corriese a tal velocidad. Tal vez, ya por entonces debí darme cuenta de que mi vida no iba por buen camino.

***

Cuando, por fin, consigo girarme, un único pensamiento cruza mi mente: «Hola, Suelo».

FIN

Catastrófica AzartúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora