Aún con los ojos cerrados podía ver la imagen que tenía ante sí. Nunca se cansaría de verla, de sentirla. El anaranjado sol, previo al alba, comenzaba a despuntar en el horizonte. Sus párpados, finas cortinas frente al mundo exterior, no eran adversario para la potencia de aquella cálida luz. Lo que hacía unos minutos era completa oscuridad, ahora se tornaba un juego de luces y sombras que le animaban, no importaba las veces que lo experimentase. Junto a la azafranada luz llegaba un suave aumento en la temperatura del ambiente, retirando el frescor de la noche y dando paso al rocío y la caricia templada del amanecer.
Haftor respiró hondo. El aroma de la hierba mojada y del café llenó sus pulmones, saturando su pituitaria. Aquello le hizo sonreír. «Petricor y libérica» nombró mentalmente mientras soltaba el aire por la boca, enfriando levemente con aquel soplido suspirado el café que sostenía con las manos frente a sus labios. La pequeña taza de porcelana blanco crudo contrarrestaba con el color del café, indistinguible de su propia piel. Delante, tras una pequeña valla de madera de caoba, un inmenso prado verde que simulaba las olas del mar con sus montículos poco pronunciados. Paisaje digno de cualquier museo.
Tan ensimismado estaba en aquellos pensamientos que no escuchó a Njongo acercarse por la espalda, abrazando su inmensidad sin pudor. Sus músculos se volvían mermelada en manos de la mujer que había robado su corazón hacía ya muchos años, insignificantes para los que quería pasar a su lado. Un beso suave en su hombro derecho terminó de demoler las defensas del pelirrojo. Su piel, erizada hasta extremos que tan solo ella era capaz de alcanzar, agradeció el contacto tibio de unos pezones erectos, aviso inútil de un cuerpo cada vez más pegado al suyo. Una delicada mano, la que no se aferraba a su vigésimo primer dedo, se posó sobre su esternón jugando con un pelo imaginario.
-Te he echado de menos -musitó la joven a su oído, poniéndose de puntillas.
Haftor acercó su mano izquierda a la que conquistaba su pecho. La acompañó sutilmente hasta que ella decidió enlazar los dedos con los suyos. La que aún sujetaba el café, acercó el preciado néctar a sus labios dejando que caldease el interior de su cuerpo. Njongo desligó sus manos con la única intención de librarle de la porcelana, dejándola sobre el alfeizar la ventana.
-Se está bien aquí, así -susurró Haftor con su voz grave haciendo reír ligeramente a la morena, que escondió el rostro entre los omoplatos de su amado.
A modo de advertencia, le mordió la espalda. No buscaba hacer daño, seguramente antes se lastimaría los dientes mordiendo aquellos músculos a conseguir que él sintiese algo. Él sabía que por mucho daño que ella intentase hacerle, nunca sería suficiente para que al verla aparecer el mundo dejase de existir.
Como si supiese lo que pasaba por su mente, y en un intento por devolverlos al tema que tenían entre manos, Njongo apretó sutilmente la virilidad creciente de Haftor. Este no pudo sino morderse el labio inferior, formando a su vez una inocente sonrisa en su boca.
-Quiero quedarme así para siempre.
-Entonces quédate, Haftor.
-¿Es una petición o una orden?
-Sabes que nunca te pediría nada.
-Entonces es una orden -rio echando una mano hacia atrás para acariciar la espalda baja de su diosa.
-Tampoco, señorito Terrace. No juegue conmigo, puedo acabar con usted -musitó, todavía con la cara escondida en su espalda, comenzando a mover la mano un poco más rápido.
-Está bien, está bien. Se acabaron los juegos, señorita Windrider -espetó agarrando la nalga derecha de la morena, que desapareció bajo su mano.
-Está jugando con fuego... -le advirtió.
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Catastrófica Azartús
Short Story¡Cada semana un nuevo capítulo! Recopilatorio de relatos creados a partir de tiradas de dados con el fin de crear una novela al final del año. #relatodedado