FUERZA BRUTA

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Tras el estruendo producido por dos cuerpos estrellándose contra el metálico suelo de la sala de mando, el silencio volvió a adueñarse de la estancia. Tan solo duró un par de segundos, tiempo que tardaron los allí presentes en lanzarse a socorrer a su capitán y reducir, si es que hacía falta hacerlo más, al cuerpo desmadejado que lo acompañaba.

—¡¡Capitán!! —gritaron al unísono.

Algarabía, pasos agitados, órdenes que no llegaban a oído alguno, empujones y arrastrar de cuerpos se sucedieron durante los siguientes dos minutos. Había quien intentaba separarlos como si estuviesen luchando, quien tiraba de Kastoz asegurando que estaba salvando al capitán y quien lanzaba puñetazos sin destino en dirección al capitán creyendo que era el atacante. La sala acabó dividiéndose en dos facciones: aquellos que estudiaban y protegían el cuerpo de su alto mando y los que contenían a quién demonios fuese aquel hombre de extraños e inapropiados ropajes.

A estos acontecimientos respondió Kastoz con un quedo quejido ahogado, Hilarante no llegó ni a eso. Nadie descubrió la navaja que atravesaba el abdomen del nuevo tripulante hasta que una mano inocente asió el mango y se quemó.

—¡Tiene un arma! —gritó el asustado marino viendo como se enrojecía la palma de su mano.

Todas las miradas se enfocaron en Kastoz, especialmente en el abdomen que señalaba, con dedo tembloroso, al que todos conocían por el nombre de Metomentodo, Meto para los más allegados. Kastoz, hombre de piel morena y músculos definidos, ofrecía una vista perfecta de la navaja que atravesaba su piel, justo entre dos de sus abdominales, en el lado derecho de su esculpido cuerpo. Pequeñas gotas de sangre mostraban el camino que había recorrido por el suelo de la sala, arrastrado por quienes tiraron de él durante el forcejeo. Ahora era su abdomen el que volvía a llenarse lentamente de sangre al ritmo que marcaba su corazón. El filo de la navaja cerraba bien la herida, pero había que hacer algo o acabaría muriendo.

Curioso, médico de la tripulación y gran amigo del Capitán Hilarante, se acercó despacio al hombre moreno de rasgos rasgados, llevaba consigo un pequeño maletín de cuero negro del que no se separaba nunca. Se acuclilló a su lado y observó detenidamente el cuerpo. Moreno, pelo relativamente corto, mandíbula marcada, rasgos delicados pero firmes, la nariz, ligeramente desviada hacia la izquierda, mostraba una vieja fractura bien curada. Tenía buena fisionomía, ahora entendía las miradas que no paraba de echarle Rudo, guarda de la entrada, al extraño. Tocó la musculatura del hombre con un dedo y luego le tomó el pulso con el índice y el corazón. Era algo débil, pero si actuaban bien no habría problemas. La herida, aunque escandalosa, no parecía de riesgo, ahora que se estudiaba de cerca.

—Rudo, ayúdame a sacar la navaja. —Curioso quería alegrar el día al guarda. Sabía que le gustaría acercarse y palpar lo que veían sus ojos. La suave tela, que cubría el cuerpo del supuesto atacante, revelaba formas interesantes.— Necesito colocar gasas en la herida en cuanto salga el filo. Tiene que ser algo rápido pero delicado. Cuando te diga sujeta el mango con fuerza. Al segundo aviso tira con decisión hacia afuera verticalmente, sin desviarte.

Rudo tragó saliva y se acercó al médico frotándose las manos. Se le hacía la boca agua solo de pensar en tocar el cuerpo del desconocido. Sobre todo, pensando en lo que haría si le dejaban llevarlo a solas al camarote. Tragó saliva mientras se acuclillaba junto a Kastoz, al lado contrario del médico. Se apoyó disimuladamente, o al menos eso creyó, en el muslo del moreno. Aquello pintaba mejor de cerca. Acabó arrodillándose y asiendo con decisión el mango de la navaja con la mano derecha, a la vez que apoyaba la izquierda en los firmes abdominales de Kastoz.

—¡Aaaaah, arde! —aulló, sujetándose la mano derecha con la izquierda y soplándosela. Cayó de culo, ojiplático, sin entender qué acababa de ocurrir.

Catastrófica AzartúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora