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──Repíteme otra vez por qué acepté venir contigo.
──Porque me quieres mucho. ──Sonrió Wallace con "inocencia". Ambos se sentaron frente a la barra para pedir una que otra bebida.
Estaba en uno de esos bares que el pelinegro visitaba de vez en cuando, era de esas ocasiones tan raras en las que Scott se dejaba persuadir para tomar una copa, aún siendo consciente de que su tolerancia al alcohol no era muy buena.
Siempre que no tomara más de un vaso todo estaría bajo control.
En su velada, varios hombres se acercaban a ellos. Unos iban dispuestos a coquetear con Wallace y él les seguía el juego lo más que podía ──aunque se rehusaba al contacto físico──, con Scott, hubo uno que otro que quiso invitarlo a una parte más privada, hasta le invitaron a un par de botanas pero él, si bien aceptaba la comida, no se fue con nadie.
Cabía señalar que los piropos no servían con el castaño, podría parecer fácil de engañar, pero su poca malicia y falta de experiencia en captar indirectas hacía que las personas a su alrededor se desencantaran.
En fin, el par parecía muy solicitado, pero siempre volvían al punto de inicio. Los dos hablaban, tomaban de vez en cuando, aunque Scott se aseguraba de que sus bebidas fueran ligeras.
El establecimiento se fue llenando de gente, lo cual los tenía sin cuidado, además de que las luces fueron bajando de intensidad y el ruido era más fuerte.
Luego, un extraño de gran altura se sentó al lado izquierdo de Wallace.
──Hola. ──El de piel pálida se volteó y observó de arriba a abajo al emisor del saludo. Tenía cabello y barba marrones, era ligeramente musculoso y sus prendas variaban entre el beige y el negro, no era tan atractivo realmente, parecía llevarle unos años de más.
Y portaba una joya particular, ¿era de dinero? ¿Qué hacía allí?
──Hola. ──Scott no dijo nada, pero se concentró en el otro hombre que hablaba con su acompañante.
──¿Te invito a una copa? ──Comentó con el tono más "sensual" que pudo.
──No, gracias.
──¿Y si nos vamos a otro lugar más privado, chico apuesto? ──Comenzó a romper la distancia que había entre ambos, lo que hizo que Wallace se sintiera incómodo.
──No, yo me quedo aquí, pero... ──Un par de dedos poco agraciados lo sujetaron del mentón.──, ¿Qué haces, hijo de...?
