Primer fragmento. El columnista.

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Se levantó de su cama con el mismo ánimo de siempre, dirigiéndose a la cocina para prepararse su típica taza de té de todas horas y todos días, todo parecía igual que siempre.

Su pequeño apartamento se encontraba justo frente la estación de trenes del pequeño pueblo en el que vivía y, para ser sincero, a pesar de lo molesto que le resultaba el ruido frecuente de los trenes que pasaban por allí, le había tomado tanto gusto a ese lugar que no se imaginaba viviendo en ningún otro.

Prendió la televisión distraídamente al mismo tiempo que miraba el reloj que tenía colgado en la pared. Solo faltaban quince minutos. Una tenue sonrisa apareció en su rostro solo de pensarlo.

La chica del noticiero decía cuál sería el clima ese día en la zona de la ciudad y él apenas prestaba atención hasta que ella comentó la gran nevada que caería por toda la región, deteniendo definitivamente los trenes que ya se encontraban con dificultades respecto al clima.

Él se ocupaba de escribir una pequeña columna diaria del periódico local desde la comodidad de su hogar, o más bien de una comodidad resignada ya que no le quedaba más remedio debido a su enfermizo cuerpo combinado con los abruptos cambios de clima que solían frecuentar por aquella zona.

Una de las cosas que más le gustaba era el observar a las personas que esperaban a tomar el tren desde la ventana que quedaba justo frente de la zona donde los pasajeros esperaban su transporte, y al ver a la primera llegar dejó de prestar atención a la televisión para concentrarse en su pasatiempo personal.

Lo que más disfrutaba de aquella actividad era el imaginarse la vida de aquellas personas fuera de la rutina diaria de tomar el mismo tren todas las mañanas; le gustaba pensar cuáles serían sus gustos, pasiones, sus comidas favoritas...

Pero, de entre todas las personas, quien más le causaba curiosidad era un él.

La primera vez que le había visto no le había causado una mayor impresión que las demás, pero como observador habitual poco a poco comenzaba a darse cuenta de los horarios de cada una de las personas que pasaba por allí, sin más ni menos que pura curiosidad de espectador.

Ese él siempre bajaba del tren que llegaba exactamente a las 8 de la mañana, esperaba al que parecía un niño que conocía, partían juntos rumbo a su destino y luego volvía a verlo esperando al tren que partía exactamente a las 8 de la noche.

Ese él parecía ir a ese pueblo para trabajar, ya que no tenía ningún indicio de ser un estudiante debido a su aparente edad, a ese mismo él parecían gustarle las bebidas calientes ya que la mayoría de las veces le veía con una de ellas entre las manos y ese mismo él tenía un color de ojos que como espectador no había logrado identificar jamás.

Antes de darse cuenta, solo se levantaba por las mañanas para verle aunque sea por unos cuantos minutos, a preguntarse cómo sería una sonrisa dedicada exclusivamente dirigida a su persona y qué tan agradable sería el tono de su voz, qué sería lo que le gustaba hacer en sus días libres, si su nombre le pegaría a la perfección y si preferiría los días soleados o nublados.

Un montón de preguntas que tenía en su mente y que a pesar de aventurarse a deducir encontraba más gusto en «la belleza sutil de la duda» tal como decía Wilde, uno de sus escritores favoritos.

Antes de darse cuenta, nuevas incógnitas habían comenzado a aparecer en su mente justo en el momento en el que le había visto bajándose del vagón, comenzando a preguntarse si su cabello en realidad era tan negro como parecía y por qué se veía tan apresurado.

Eran exactamente las 8:45 cuando habían detenido todos los trenes debido a la nevada, y siendo ya las 8:53 de la noche él se encontraba prácticamente dando vueltas por toda la habitación preguntándose dónde se encontraría el él al que le gustaba observar, ¿quizá se había enterado ya de la situación y había encontrado dónde hospedarse? ¿O tal vez no lo sabía? No tenía la mínima idea.

Pero todas esas dudas se habían disipado en cuanto le había vislumbrado desde la ventana de su habitación, mirando a su él confundido y apesadumbrado.

Ahora era el momento en que debía tomar una decisión.

Era un desconocido, lo sabía. Quizá todos los escenarios que se había planteado en su cabeza no eran más que una simple fantasía creada por su solitaria imaginación, lo sabía. Aquello que se estaba planteando era lo más arriesgado que alguna vez había pasado por su cabeza aun cuando no era la primera vez que consideraba esa posibilidad, lo sabía.

Y aun con esas cuando quiso detenerse un momento para analizar de mejor manera toda la situación ya era demasiado tarde, ya había abierto la puerta de su casa, llamando la atención del él que por primera vez miraba total y únicamente a su solitario, tímido, diario y un poco acosador espectador.

— Todos los trenes se han detenido debido a la nevada hace no más de diez minutos —Comentó, su voz pareciéndole tan diferente a causa de los nervios que le había costado reconocerla como propia—... Si quieres puedes pasar, si es que no tienes otro lugar donde quedarte.

El color de los ojos del él al que solo había observado a una distancia prudente como para distinguirlos eran verdes con un leve tono de marrón, su cabello era tan negro como siempre le había parecido, su estatura unos centímetros más alta de lo que había pensado...

— ¿No hay problema? Siento que puedo causar alguna molestia...

Y su voz mucho más agradable de lo que alguna vez se había llegado a imaginar.

Un solitario espectador (Gay).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora