Su trabajo era el de encargarse del servicio postal de la región. A pesar de que por esos rumbos todo parecía ser bastante pequeño comparado con la inmensidad de la ciudad siempre estaba lleno de trabajo. Al tratarse de una zona en la que la mayoría de las personas no le daban la mayor importancia a las tecnologías que podían facilitar varias veces la comunicación unos con otros, había un montón de cartas y paquetes que entregar día a día.
Sinceramente, le agradaba, pero había ocasiones en que todo aquello le parecía simplemente agotador.
Cuando había encontrado ese paquete con la dirección que ya en varias ocasiones le había intrigado entre las entregas que tenía que hacer ese día no pudo hacer más que acrecentar aquella curiosidad que había terminado reprimiendo en su interior.
Siempre se había preguntado qué clase de persona viviría en aquel pequeño apartamento que estaba localizada justo en frente de la parada del tren en el que cada día trasbordaba, después de todo aquella localización parecía más bien desafortunada en bastantes maneras, pero al igual que con todas sus entregas, ni una sola vez le había dado la mayor importancia.
El nombre, con eso había comenzado. «William Brooks». Inmediatamente y sin quererlo su cabeza comenzó a aventurar cómo podría ser una persona con un nombre que parecía tan serio como ese.
Muchas posibilidades pasaron por su cabeza en el camino, en el que por supuesto tuvo que hacer unas entregas antes de esa.
Pero cuando la puerta se había abierto, dejando ver por fin al residente que habitaba en el pequeño apartamento que tanto le intrigaba... Bueno, los resultados habían sido más bien abruptos.
— Buenos días —El chico frente a él parecía confundido, como si no supiera porque alguien encargado de entregar el servicio postal se encontrara allí.
Bueno, debía comenzar diciendo que no se encontraba decepcionado, después de todo no era culpa de aquel chico que su nombre fuera tan serio comparado con su apariencia y su persona. Era más bien... inesperado.
— ¿William Brooks? —Preguntó, como si quisiera asegurarse de que se trataba de él.
— Sí, soy yo, ¿necesita algo?
Los ojos grises de aquel chico estaban cubiertos por unos anteojos algo grandes para su rostro, aunque debía admitir que no le sentaban mal. Su cabello era castaño ni lo suficientemente claro ni lo suficientemente oscuro y estaba algo ondulado y desordenado. Parecía ser unos cuantos años menor que él mismo y también era unos centímetros más bajo.
En términos generales, no pasaron más que un par de segundos antes de que se encontrara con él mismo pensando que aquel chico parecía sumamente agradable.
— Eh, sí... Tiene un paquete a su nombre. Solo tiene que firmar de recibido -Soltó, saliendo de sus pensamientos y entregándole el papel que tenía que firmar junto con un lapicero.
— Claro —El chico comenzó a firmar justo cuando una fuerte ventisca habitual de las primaveras de por allí les asestó, bajando unos cuantos centígrados las temperaturas de sus cuerpos.
Justo le había dado el papel cuando se dio cuenta que el otro estaba temblando del frío, e incluso tenía las orejas y la nariz rojas. Daba una imagen bastante...
Y otra vez sus pensamientos se habían visto interrumpidos por un suave estornudo por parte del chico, quien se había cubierto inmediatamente. Tal parecía que una persona como él resentía bastante el clima de por allí; podía saberlo con solo mirarlo.
— Salud —Sin poder evitarlo, había esbozado una sonrisa. Repentinamente avergonzado por una razón que desconocía, le entregó el paquete que le pertenecía—. Toma, aquí está tu paquete.
— Muchas gracias —El chico esbozó una sonrisa de formalidad e inspeccionó sutilmente lo que tenía entre sus manos.
Y cuando reparó en el nombre del remitente, volvió a sonreír. Pero esta vez era una sonrisa de verdad.
Fue en ese momento en el que pudo sentir como algo dentro de él comenzó a removerse, inquieto.
— Muy bien, eso es todo —Guardó el papel firmado en la bolsa de su chaqueta y se subió a su motocicleta, intentando salir de ese repentino estupor en el que se había visto envuelto—. Hasta luego.
— Adiós. Buen día.
Y sin decir nada más, aquel chico había vuelto a entrar a su apartamento y cerrado la puerta.
Se repetía cada mañana el nombre de su él para asegurarse de no olvidarlo; como amuleto de la suerte para volver a verle. Sin demasiada suerte, por cierto.
Tomaba el tren cada mañana y esperaba a su sobrino en la estación para llevarlo a la escuela, aprovechando ese tiempo para echar una mirada al apartamento, como si pudiera invocarle de esa manera.
Iba a su trabajo y esperaba encontrar un paquete con su nombre, encargándose de no estar pasando nada por alto en caso de que se hubiera mezclado con otras cosas de ese desordenado paqueteo.
Pero tampoco corría con demasiada suerte con ello.
De hecho, ese día corría con demasiada mala suerte, muy a su pesar y aunque hiciera los mayores intentos por no ser pesimista.
Se había despertado tarde y apenas había alcanzado el tren, su motocicleta apenas si podía andar por las calles debido a toda la nieve que había en todo el pueblo, por lo que tenía que ser extremadamente precavido y eso había logrado que perdiera la hora del almuerzo.
Y para rematar, la nevada había caído sobre el pueblo, lo que había detenido todos los trenes, sin medio de transporte para regresar a casa y sin lugar para pasar la noche.
— Todos los trenes se han detenido debido a la nevada hace no más de diez minutos —Una voz que parecía nerviosa le había sacado de sus pensamientos. Para ser más precisos, era la voz de su él—... Si quieres puedes pasar, si es que no tienes otro lugar donde quedarte.
— ¿No hay problema? Siento que puedo causar alguna molestia...
Pensándolo un poco mejor, ese día no había tenido demasiada mala suerte.
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Un solitario espectador (Gay).
RomanceWilliam es un columnista del periódico local que vive justo enfrente de una estación de trenes. Debido a su débil salud apenas sale de su apartamento, sin embargo, ha encontrado otras maneras para entretenerse en sus ratos libres. Tobias, en cambio...