2- El Reencuentro

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La cabaña es grande. Creo que tiene diez habitaciones adelante y tres en un anexo en el fondo. Cuando bajamos de la lancha con Max pude ver algunos rostros que de a poco empezaron a asomarse. Diablos. Diablos. Diablos. Casi tropiezo con una raíz levantada mientras arrastro la pesada valija por el sendero de tierra. Estoy literalmente atrapada en una isla con las personas que más odio.

—No puedo creerlo. Mara, ¡viniste! —respondo con un simple gruñido bajo. Es todo lo que puedo dar de mi misma cuando la veo a Lucrecia corriendo a mi encuentro. Lleva un traje de baño amarillo intenso y ajustado al cuerpo. No deja espacio para la imaginación. Un sombrero de paja se ladea sobre su lacia y perfecta melena rubia. Que cliché. Como si no tuviera suficiente con mis propias inseguridades.

Llega a nosotros y se tira en los brazos de Max. La quiero matar. La sangre me hierve mientras sus grandes pechos se refriegan contra el de mi novio, el cual me mira confundido. Le devuelvo la mirada, pero la mía es asesina. Me acerco por detrás y la arranco de sus brazos con un movimiento brusco.

—Lucrecia, hola.

—No sabía que eras del tipo celoso, Mara... —se me ríe en la cara. Me está buscando y está a nada de encontrarme. ¿Se desinflará si le clavo un cuchillo en el pecho? Sonrío ante la imagen mental que eso me provoca. No soy violenta, pero el solo hecho de volver a ver a esta gente saca a luz mi lado feral. Una parte de mí que no sabía que existía hasta este preciso momento. Le doy la bienvenida y la integro al cúmulo de emociones que reina en mi despoblada cabeza.

—No sabía que eras del tipo desubicado, Lucrecia —Contraataco.

Se queda un rato pensando la respuesta, pero no debe haber mucho que pueda hacer. Creo que su intelecto dejo de aumentar hace mucho tiempo -quizás al mismo tiempo que sus pechos-. Siempre fue hueca, pero la edad la hace parecer aún más tonta que de costumbre. Pongo los ojos en blanco mientras vuelvo a mover la valija.

—¿Dónde dormimos nosotros? —Max abre los ojos en signo de alarma. Sé que estoy siendo brusca con mis palabras y formas, pero no encuentro otra manera. No con esta chica.

En la última habitación a la izquierda Mara. —Ya no se hace la simpática y su voz cambia. Puedo leer ese tonito despectivo que su lengua hace cuando dice mi nombre. Es una zorra.

Sin embargo, la seguimos por el camino de tierra cuando avanza hacia el fondo de la propiedad. Puedo ver a Esteban, el novio deportista desde la secundaria de Lucrecia, asomado a la ventana. Le hago un ademán de saludo con la cabeza y enfoco mi vista al suelo. Mi cerebro me grita, me insulta, me dice cosas impronunciables en voz alta. -Sí, yo también estoy enojada conmigo misma. Pero ya es tarde, ya estamos acá-, le respondo. Con El rabillo del ojo distingo más caras en las ventanas. No las voy a saludar. Al menos no ahora.

¿Qué diablos traje en la valija? Pesa mucho. La sigo arrastrando y veo a Max que se adelantó varios metros. ¿Tan lejos quedan las habitaciones del fondo?

—Dejame ayudarte.

No lo escucho venir. Su mano se encierra sobre la mía y me saca la valija de las manos. Me eriza la piel un breve segundo pero la resolana me tapa la figura que se extiende a casi un metro por delante mío. ¿Es Esteban? No, no era tan alto. Deja la valija en el suelo y lo escucho reír. Se corre del sol y por un breve segundo veo unos ojos verdes. Unos ojos con los que estoy muy muy familiarizada. O al menos lo estaba hace doce años. Me paralizo. Siento el sudor frío que me recorre la espalda y me obligo a hacer algo. Lo que sea. Mara movete, hablá.

—¿Tom? —mi voz sale entrecortada y algo enclenque. Diablos.

—Me alegra mucho volver a verte Mara. —Se aproxima hacia mi y sin anticipación previa, me abraza. Su rostro se acomoda en mi cuello y sus rulos casi perfectos me golpean con su aroma embriagador a... ¿qué es?, ¿pino? Siento su mano enredarse en mi pelo. ¿Me estará oliendo también? Me estremezco un poco de solo pensarlo. Tom se desprende de mi y, por más que el sol me tapa sus facciones, se que me esta observando. Me vuelvo a poner tensa. Lo escucho volver a sonreír antes de continuar con su discurso—. Lo que más me gusta de volver a verte, es que siempre sentí que no recibiste suficiente bullying en la escuela. Me alegra que eso esté por cambiar.

Y se va con mi valija hacia donde Max se encuentra, dejándome confundida y realmente furiosa. Que. Hijo. De. Puta.

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⏰ Última actualización: Jan 16 ⏰

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