Lo que pasa en Las Vegas...

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Lo primero que registró Max cuando despertó fue el intenso dolor de cabeza que tenía. Era consciente de que la noche anterior había ido a celebrar su victoria, pero por el momento esa descripción general era lo único que podía recordar. Posó su mano sobre su frente, sintiendo su piel caliente, pero no quería abrir los ojos, ya que podía sentir los cálidos rayos de sol sobre su rostro y sabía que sus ojos y cabeza le agradecerían si solo se volvía a dormir.

Pero su garganta se sentía seca como si hubiera comido arena, y aunque realmente no quería, con un quejido suave se levantó de la cama para buscar a tientas el minibar de la habitación.

Pisó lo que probablemente eran sus pantalones, haciéndolo gruñir de dolor cuando la planta de su pie aplastó el botón y cierre. Pero realmente no quería abrir sus ojos, así que manteniéndolos medio cerrados siguió su camino hasta el pequeño refrigerador.

Una tos seca salió de su boca cuando fue golpeado por el aire frío, pero el agua helada se sintió como agua de un manantial en medio de un desierto. Se recostó sobre la pared de al lado disfrutando la baja temperatura de la superficie y continuó tomando de la botella hasta la última gota.

Su cabeza aún le dolía, pero ahora se sentía lo suficientemente mejor para abrir sus ojos por completo. Y lo primero que notó fue la cegante luz del sol entrando por la ventana haciéndolo soltar otro quejido.

Pero también observó el desastre que era la habitación. Cualquiera pensaría que tuvo una grandiosa noche con su novio, pero no estaba tan seguro. Tenía ya varios testimonios de que cuando tomaba demasiado, después de que se le pasara el efecto fiesta, venía el efecto zombi, y a nadie parecía agradarle esa faceta.

Además, todavía tenía puesta su camiseta negra y aunque Checo estaba dormido dándole la espalda, Max sabía que estaba usando su camiseta favorita para dormir. Eso hacía obvio que su novio lo había prácticamente cargado a la habitación y luego se había cambiado para dormir sin que nada más hubiera pasado, porque cuando ellos hacían mucho más que dormir, Checo nunca se la ponía, dejando a Max admirar su arduo trabajo sobre su cuello y pecho.

Sonrió solo al pensarlo, quizás esta noche su novio sí le dejaría marcarlo como le gustaba. Aún tenían algunos días antes de que tuvieran que tener actividades ante cámaras, pero primero necesitaba dormir un poco más.

Se quitó la camiseta, estirándose un poco, pero dispuesto a volver a la cama hasta que fuera estrictamente necesario levantarse. Se acostó sintiendo todo su cuerpo adormecido y le dio la espalda a la ventana buscando acurrucarse detrás de su novio, pero mayor pareció haber despertado un poco, ya que se volteó lentamente para apoyar su cabeza contra el pecho del menor.

Max lo rodeó con sus brazo derecho para acercarlo más a él, pero apenas las manos de su novio chocaron contra su piel, justo debajo de su pecho, sintió algo helado que le hizo soltar un siseo y removerse contra las sábanas.

"Ay, lo siento." Checo soltó una pequeña risa adormilada, alejando lo más que pudo sus manos y a Max siempre le parecía adorable escuchar esa risa única que tenía su novio. Así que se acomodó un poco para poder tomar una de las manos del mayor en la suya y darle un beso suave, pero lo que sus labios tocaron además de la calidez de su piel, fue el frío de un metal. Su novio nunca usaba anillos, ellos eran más de usar pulseras y relojes.

El pensar en eso le hizo abrir los ojos, solo para darse cuenta que él también llevaba un anillo. Ambos llevaban anillos. Unas bandas doradas en sus dedos anulares, Checo en la mano izquierda y Max en la derecha. Y el ver como brillaban bajo el sol hizo que se le quitara el aliento.

No podía ser cierto.

"Checo, Checo..." Podía escuchar un poco de pánico en su voz.

Max no recordaba haberse casado.

¡Viva Las Vegas! ¡Y el Chestappen!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora