• Q u i n c e •

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Q u i n c e •
|La ruta de sus labios|
✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨









-¿Puedes apurarte? Pronto cantarán el feliz cumpleaños y me apetece comer pastel -las palabras de Rianna me hacen rodar los ojos. Siempre pensando en comida.

-Deberías agradecer que las estoy trayendo a la fiesta, no me apures -exclamó el castaño de mala manera.

-No lo haría si te apuraras, ¡eres más lento que mi abuela la tortuga!

-Conozco a tu abuela, y no es lenta. Mucho menos con el bastón a mano -contestó mientras nos observaba por el espejo retrovisor.

-¡Eres una tortuga Matthwel! Como taxista te voy a demandar por lentitud.

-¡Y yo por imprudencia!

-¡Idiota!

-¡Infantil!

-¡Odioso!

-¡Caprichosa!

-¡Alana, dile algo al pésimo e idiota de tu hermano! -chilló Rianna.

Observé la ventana sin interés, suspiré con pesadez. Desde que habíamos salido de casa, ambos no habían dejado de compostarse como niños de cinco años. Me arrepentía de no haber llamado a un taxi, pero por alguna extraña razón, Matthwel se había ofrecido a llevarnos a la fiesta. Claro, primero convenció a nuestro padre sobre el peligro de andar por la calle a las diez de la noche sin ningún adulto, y cómo cada vez que él hablaba terminaba convenciendo a cualquiera.

-¿Sigues aquí, o ya te fuiste a la luna? -preguntó Rianna con mal humor.

Luna.

Estrellas.

Brillo.

Ojos chocolates.

Sonrisa con hoyuelos.

Todas esas palabras venían en efecto de cadena, todo debido a que désde que comence a hablar con Sebastián la luna había tomado un sentido segundario y las estrellas eran lo primordial y más bonito. Lo curioso era que me encontraba sonriendo al recordar sus palabras, que parecían tener una influencia, o mejor dicho, un efecto llamado estrella.

Efecto llamado estrella.

Sonaba tan poético, que daban ganas de crear un escrito en este mismo instante.

-¡Últimamente estás muy distraída, mujer! -dijo nuevamente -Quizás te picó el bichito del amor -pude sentir la picardía en su voz.

Inmediatamente, Matthwel pegó un volantazo y luego frenó bruscamente. Rianna chilló por haber chocado contra su asiento. En cambio, yo solo lo fulminé con la mirada, ya que ahora tenía el cabello esparcido por todo el rostro.

-Lo siento. Un perro -murmuró obviamente.

La rubia iba a replicar, pero al parecer vió lo mismo que yo. Un grupo de jóvenes ingresando a la casa de enfrente. No lo pensó dos veces y descendió del automóvil.

-¡Allí está nuestra fiesta! -exclamó desde afuera acomodando su falda con elegancia. -¿Qué esperas Alana? ¡Vamos, baja!

Asentí como si fuera a verme, tomé la manija de la puerta y la abrí.

-Alana -me llamó Matthwel tomando mi mano. Volví para verlo, su boca se abrió y cerró una y otra vez, hasta que suspiró y habló -¿A qué hora debo volver?

Cerré los ojos con pesar, pensé que por un segundo él...

¡Basta Alana!

Me reproché a mí misma y abrí los párpados encontrándome con su mirada.

Estrellas en la Oscuridad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora