• V e i n t i u n o •

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• V e i n t i u n o •
|Una estrella en el mundo|
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Sus manos se empuñaron con fuerza alrededor de la falda de su vestido, lo que solo indicaba una mala señal, algo que solo había visto en ocasiones muy particulares:

La primera fue en kinders cuando uno de nuestros compañeros la empujó al lodo manchando su tradicional vestido rosa.
La segunda cuando Blake arruinó su pastel de cumpleaños cayéndole encima por culpa de Matthwel.
La tercera cuando mi hermano presentó a Vanessa como su novia ante la familia, cabe aclarar que en ese instante la rubia estaba fascinada por la sonrisa de Matt, era como ver una cascada de corazones desde sus ojos hasta el suelo.
La cuarta ocasión, fue cuando le conté toda la verdad y el accionar de mi hermano en mi cumpleaños número quince.
La quinta cuando vió a Lenny con otra en el cumpleaños de Sebastián.
Y la última, por el momento, justamente ahora.

Sus ojos fueron cerrados apresuradamente y comenzó a respirar pausadamente contando desde diez hasta el uno.

—Respira Rianna —suspiró dejando ir su vestido —No quieres tomar tus tacones agujas y darle un taconazo por capullo, él no lo vale —susurró.

Si no me mantuviese triste por lo sucedido de seguro me hubiese reído de sus palabras, pero ahora no tenía ganas de reír.

—¡Ese capullo idiota cara de pato amargado me va escuchar! —chilló levantándose de la cama yendo al placard y abriendo sus puerta de par en par —¡Mamá! ¡¿Dónde están los tacones de quince centímetros?!

—¡En la caja, sobre el Placard! —escucho que grita la tía desde abajo. 

La rubia se aleja del guardarropas y levanta la mirada.

—Soy demasiado baja para alcanzar. Cuando venga Blake le pediré ayuda —resopla —eso me pasa por no comer verduras cuando era niña.

Sus últimas palabras logran que mi rostro adquiera una sonrisa. Cómo siempre.

—¡Rianna! —me quejo cubriendo mi rostro con las manos —¡No puedes ser así! —chillo apretando los labios evitando largar un sollozo. De pronto me encuentro llorando.

—¡Oh, Alana!

—Estoy bien, Riri —hablo lentamente al sentir sus manos sobre mi cabello.

—Tu llanto dice lo contrario.

Y sin más me quiebro.

Siento como las gruesas y calientes lágrimas descienden por mi rostro. Sus dedos comienzan a cepillar mi cabello suavemente, me sentía como una niña en los brazos de mamá. Más las manos que se mantenían en mi cabeza no eran las de mi madre, sino las de mi hermana. Mi mejor amiga. La persona que pese a todo lo que me sucedía seguía allí sin importar la situación.

Había ocasiones, como estás, en las que sentía que molestaba. Me sentía un grano en sus ojos, en su vida. Todos teníamos problemas. Más venir a su vida e irrumpir con los míos sentía que era una molestia. Siempre que sucedía lo mismo con Matthwel recurría a ella. Mi lugar seguro, el primero en el que había pensado ya que sabía todo lo malo que había sucedido, además de que con ella no me costaba hablar como con otra persona.

Referirme a Matthwel, sólo significaba abrir una herida. Aún no podía creer lo que había sucedido horas atrás. Él y su orgullo y prejuicio eran letales para las personas a su alrededor.
Sus prejuicios eran letales para mí, y dolía saber que debía alejarme de él, más aún sabiendo que debía hacerlo por mi propio bien. 

Quien amaba, no hería.

Quien amaba, no dañaba.

Quien amaba, no gritaba.

Estrellas en la Oscuridad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora