Aburrido Como el Infierno

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En un día soleado en Ciudad Z, Saitama paseaba por las concurridas calles vestido con su atuendo casual: jeans desgastados, una camiseta simple y una sudadera ligera. Aunque su apariencia no llamaba la atención, su expresión tranquila y sus ojos sosegados ocultaban el increíble poder que yacía dentro de él.

Saitama se dirigía hacia un parque cercano, donde solía disfrutar de la tranquilidad del paisaje y la brisa fresca. Mientras caminaba, notó una conmoción en las cercanías. La gente corría y gritaba, señalando hacia un callejón cercano donde un monstruo de aspecto grotesco estaba causando estragos.

Sin vacilar, Saitama se acercó al lugar. Miró al monstruo con una mirada despreocupada mientras se preguntaba si valdría la pena lidiar con él. Con un suspiro, decidió intervenir para evitar más caos.

"Lo que sea.... terminemos con esto".

En un instante, Saitama se encontró frente al monstruo. Sin ningún gesto dramático ni movimiento extravagante, lanzó un simple puñetazo. El monstruo se desplomó en el suelo, derrotado en un abrir y cerrar de ojos.

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A medida que pasaban los días, Saitama continuaba su rutina diaria de enfrentarse a monstruos que amenazaban la ciudad. Sin embargo, sus acciones no llegaban a los oídos de la Asociación de Héroes ni de la población en general. Saitama disfrutaba de su anonimato, encontrando satisfacción en la sencillez de sus días.

A pesar de su increíble poder, Saitama se preguntaba si algún día encontraría a alguien capaz de igualar su fuerza. Mientras tanto, se perdía en la multitud de la ciudad, un héroe anónimo que continuaba sus hazañas sin buscar la fama ni la gloria.


Una tarde tranquila en el modesto departamento de Saitama, el héroe calvo se encontraba recostado en su cama, con las cortinas apenas entreabiertas permitiendo que la luz del atardecer se filtrara suavemente. Saitama hojeaba un manga, suspirando con ligero aburrimiento mientras sus ojos seguían las viñetas con desinterés.

"Estoy aburrido como el infierno...", murmuró para sí mismo, dejando escapar un bostezo. Mientras le daba vueltas a la historia del manga, la monotonía de su vida diaria se manifestaba en sus pensamientos. La rutina, casi mecánica, se repetía día tras día: despertar, ver las noticias para detectar posibles amenazas, salir a pelear con monstruos, regresar a casa, lavar, enjuagar y repetir.

Aunque su habilidad para derrotar a cualquier enemigo de un solo golpe le garantizaba una victoria segura, la falta de emoción y desafíos lo tenía sumido en una especie de letargo existencial. El constante ciclo de su vida heroica se había vuelto tan predecible que el entusiasmo inicial se había desvanecido, dejando un vacío de aburrimiento.

Saitama dejó el manga a un lado y se recostó, con las manos detrás de la cabeza, mirando al techo. El silencio del departamento se mezclaba con sus pensamientos. En ese momento, sintió la necesidad de algo más, de encontrar un propósito más allá de la rutina sin fin.

"¿Hasta cuándo seguiré así?", se preguntó en silencio. Una chispa de insatisfacción se encendió en su interior, y se propuso buscar algo que rompiera la monotonía, algo que le devolviera la emoción y el significado a sus días.

Con esa resolución en mente, Saitama decidió que al día siguiente buscaría algo nuevo, una nueva dirección que le devolviera el sentido a su existencia de héroe. Mientras tanto, la ciudad seguía ajena a la búsqueda interna de su héroe calvo, que anhelaba más que la simple repetición de una rutina sin fin.

Saitama yacía en su cama, sumido en sus pensamientos, cuando de repente, entre la bruma de sus recuerdos, surgió la voz de su padre en su mente. Recordó una frase que su progenitor le había dicho hace muchos años:

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