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"La debilidad, los vicios y los prejuicios son los caminos de la realeza"


Cuando las hojas de los árboles se teñían de naranja y marrón por el otoño, los miembros de la monarquía abandonaban el Gran Palacio Real para trasladarse a una casa en un pueblo desierto. Llamarle "casa" era, por supuesto, excesiva modestia. La construcción medieval era enorme y se elevaba en seis pisos y dos torres cuyo propósito había sido modificado con el paso de los siglos. En la época de los primeros reyes, se usaron para obtener una visión panorámica del área circundante y lanzar proyectiles a bárbaros e invasores. En tiempo de la dinastía Jeong, en cambio, las construcciones de piedra fortificada fueron desmanteladas como símbolo del comienzo de un nuevo periodo de paz. Por orden del Consejero Real, se trasladaron docenas de alimentos y agua a la torre más próxima a los aposentos del monarca, con el único objetivo de que, en el futuro y en caso de guerra, se usase como último refugio.

A varios pies de la puerta principal, se erguía una barbacana de veinte metros que separaba al palacio del pueblo. La construcción servía de estructura defensiva y, antiguamente, estaba conectada a los muros del pueblo por un camino fortificado. Equipada con almenas en las que los arqueros y ballesteros se ocultaban para disparar flechas, durante largos periodos de guerra, la figura arquitectónica fungió de protectora de la Familia Real. No obstante, con la llegada de los Jeong al trono y el comienzo de la paz en Corea, esta construcción, al igual que muchas otras, fue deshabitada y olvidada. Coloquialmente, la única hija de la cuarta reina de la dinastía Jeong, gustaba de llamarle "El palacio perdido".

La princesa Minji era preciosa de rostro y distinguida de la misma forma en que su hermano, el príncipe Jeno, lo era. La gente en las calles solía citar una vieja leyenda sobre los mellizos; "son un alma partida en dos", decían. "Es una lástima que sean los segundos", se lamentaban, pues ambos eran hijos de la cuarta monarca, pero de un segundo matrimonio. Antes de que existiesen, para el trono ya había nacido un heredero. 

Jeno era mayor, tan solamente por minutos, y eso lo convertía en el reemplazo del futuro rey. Era un príncipe, desde luego, pero no uno de los que heredan coronas, sino de los que esperan toda su vida por una oportunidad. Su padre era un Duque que se unió en matrimonio con la reina poco después de que esta enviudó. El hombre, esperanzado en que algún día fuese su linaje el que se extendiera por el palacio, lo educó para que fuese superior al príncipe heredero, su medio hermano, Jaehyun.

Pronto, ante los ojos de la gente, Jeno se convirtió en un suceso peculiar. Su belleza física se volvió lo menos sorprendente al compararse con su inteligencia y su sagacidad. A medida que crecía, sus virtudes se hicieron más fuertes, revelando que no solamente era un muchacho listo, sino cautivante y de trato afable en público. La verdad era que, oculto detrás de las murallas del palacio, se volvía tímido y solitario. La admiración que recibía de propios y extraños no tardó en despertar los celos de Jaehyun, llevándolos a ambos a tener una relación distante en la que sus únicas charlas surgían cuando la ocasión lo apremiaba.

—Aquí desearía vivir cuando me case —confesó Minji, que observaba deslumbrada las pinturas en lo alto de una pared.

—Madre te obsequiará un lugar más grande —contestó su hermano que no alejó la vista del prado verde que se apreciaba a través del gran ventanal en la sala —, este es apenas un centro vacacional.

—Es perfecto para mí teniendo en cuenta que nunca me han agradado los grandes espacios. ¿Recuerdas cuando nos enviaron al internado? ¡Cómo adoré los dormitorios!

Los recuerdos de aquel día se mostraron con rapidez en la mente de Jeno: ambos bajando del auto tras cruzar la entrada del internado en el que estudiaron y residieron cuando tenían diecisiete años; las palabras de Jaehyun, que en vez de saludarle, le advirtió que no se le acercara en ningún momento; y el muchacho del mandil empapado de pintura que se presentó como su compañero de habitación. Cada vez que pensaba en él, una emoción similar al enojo nacía dentro suyo.

THE PRINCE (Nomin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora