Relato II - Gatito homicida sin querer

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El jóven ruso que creía estar preparado para su misión en el espacio, rogó a sus superiores el permiso para embarcarse en el proyecto que marcaría su vida. Con tan solo 25 años y una preparación de seis años confió en la simplicidad de la misión, ya que al final solo se trataba de llegar a la Estación Espacial Internacional con las provisiones suficientes para asegurar mucho más tiempo a los científicos que se instalaban allí.

Los superiores desconfiaban de su falta de experiencia para ir por sí solo, pero aún así logró convencerlos de cuán innecesario era la compañía de astronautas experimentados para una tarea tan sencilla como aquella. Sería pan comido y lo tendría todo controlado.

Es así como en poco menos de un mes despegó en dirección al cielo. Todo salió bien en un principio, cruzó la estratósfera y se preparó para viajar por seis meses hacia su destino.

En la Tierra sus superiores rusos se regocijaban de orgullo por su prometido mejor astronauta de los tiempos. El jóven era el único de su edad y que en su primera misión fue enviado en solitario, dejando a cambio resultados muy prometedores y sorprendentes. La historia se hizo viral alrededor del mundo entero: los estadounidenses enviaron sus felicitaciones por los logros de la superpotencia; los chinos aplaudieron el avance en la carrera espacial de los rusos; y el resto del mundo no disimuló su sorpresa ante la noticia. Por supuesto, los rusos tontos no eran, y no desconocían que fuera de sus fronteras nadie estaría feliz por sus azañas, por lo que notaron fácilmente el cinismo y la envidia en sus tonos de voz.

Transcurridos dos meses y medio en su trayecto, una mañana el ruso fue en busca de su desayuno a la despensa automática. Esta reponía lo que consumía al instante debido a la bodega detrás que se conectaba por una pequeña puerta al fondo del estante, entonces cuando un sobre de alimento liberaba espacio en la parte delantera, detrás otro caía y empujaba por la rampa al resto y volvía a llenarse. Pero había algo diferente en aquella ocasión.

Cuando levantó el sobre de la rampa, el procedimiento sucedió como lo esperado, sin embargo, el que ingresó por la parte trasera estaba agujereado como si pequeños dientecitos hubieran mordido el envoltorio. Agarró este y descubrió que dentro ya no había tocino artificial. Extrañando concluyó tontamente que se trataba de un error al empacar, que tal vez esas marcas no eran más que una rotura.

Se limitó a servir su desayuno y continúo con su rutina diaria. La rutina a veces lo llegaba a aburrir y en ocasiones extrañaba su vida en el planeta. Sin notarlo, ojeras oscuras aparecieron tras no dormir extrañando la compañía de las personas y su ánimo disminuyó. Él le restaba importancia, pero cada vez que recibía una llamada de su país, la ilusión de charlar con cualquier persona le inundaba el pecho.

Asimismo, le restó importancia a los diversos paquetes de alimentos que recibía en la despensa los siguientes días, ya no solo de los sobres de tocino. Pero no fue hasta que todo su alimento dejó de existir dentro de los envoltorios, que decidió ingresar en la bodega para cambiar los paquetes por unos nuevos. Solo debía disminuir la cantidad de su porción y cumpliría sin inconvenientes.

Al momento de abrir la puerta un olor nauseabundo llegó a su nariz e inmediatamente le dieron arcadas. Olía a heces de animal, como cuando su gatito Maiko apenas llegaba a su casa y hacia en todos lados menos en su cajita de arena. Tomando valor y con los dedos tapando su nariz, se adentró en la olorosa sala y no evitó su mirada de sorpresa cuando las luces se encendieron, mostrando cajas de alimento rasgadas en el suelo, también pequeñas heces por todos lados e incluso encima de las cajas. Y lo que le provocó un susto de muerte: un pequeño animal corrió de un lado al otro escondiéndose de él.

Con el corazón en la mano echó un vistazo al escondite, pero estaba vacío. De repente, algo muy peludo le rozó la pierna y pegó un salto del susto. Escuchó un pequeño motorcito encenderse a sus pies y al dirigir su mirada asustada en esa dirección, su mirada se suavizó en sorpresa y preocupación, pero más que nada en amor. Era su gatito atigrado Maiko. Lo agarró entre sus brazos y lo abrazó escuchando el ronroneo en su pecho.

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