Capítulo 24

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—¿Estás casada? —preguntó Enzo sobre la mesa —

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—¿Estás casada? —preguntó Enzo sobre la mesa —. ¿Dónde está el anillo?

Se lo había quitado para cocinar, detestaba la idea de ensuciarlo, de perjudicar tanta delicadeza.

—No puedo creer que todos lo sabían —arremetió Eleanor dándole de comer a una de sus hijas. Stella creía que estarían a punto de cumplir un año.

—Nos hemos enterado hace pocos días, por no decir dos.

—Y seguro que desde entonces no hemos compartido tiempo como para que nos avises que León se ha casado.

Stella rascó su cuello intentando no mirarlos, ni meterse en ese intercambio, pero toda la situación la involucraba.

—Creímos que hoy lo anunciaría —se defendió Emilio mirando a su esposa —. Aprovechando la oportunidad de la cena...

Si esa era su defensa podía sugerirle que se callara. Lo hacía pésimo.

Por un momento sintió pena por la cara de decepción de Eleanor, dolida. ¿Era por el vínculo con León, ese que dependía de un hilo luego de la boda de Amelia?

No lo sabía, así como tampoco el motivo por el que León estaba tardando y la dejaba enfrentar a su familia sola. Ni siquiera Sergei parecía ayudarla, tecleaba en su teléfono ignorando las voces de su hermano y cuñada como si aquello fuese una costumbre.

—No pueden casarse sin una fiesta, entonces es falso.

—Ethan —rechistó Enzo rodeando los ojos.

—Nosotros vamos a todos los casamientos, como el del tío Don. ¿Cuándo es la fiesta del tío León? ¡Mañana! —sugirió colocando un cubo de hielo en su vaso.

—Tal vez tu padre pueda decirnos cuándo será o si aceptan invitados.

Oh, Dios, el tono prepotente de Eleanor la invitó a hacerse un ovillo en la silla.

—No sé sobre ninguna fiesta —negó Emilio con su cabeza y una paciencia eterna ante los reclamos de su esposa —. En todo caso tienen a Stella presente para informárselos.

—Por favor —rechistó Eleanor —, es muy sencillo —pestañeó —. Si no hay fiesta es porque han tenido que casarse rápido, motivos importantes, quizá negocios, alianzas, problemas, ¿Guerras tal vez? —enumeró alzando su ceja.

Aquello fue suficiente para que tanto Sergei como Emilio intercambiaran un cruce de miradas.

—Los italianos ¿cierto? Por eso estamos todos encerrados —prosiguió sin esperar respuesta, y es que no la necesitaba cuando conocía perfectamente los movimientos de todos ellos.

¿Qué se sentiría leerlos de esa forma? No creía que a Eleanor le hiciera falta un don como el suyo para conocer sus mentiras.

—¡Yo quiero aprender italiano, mamá! —pidió Ethan jugando con los cubos de hielo de su vaso.

Reputación macabra © (Markov IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora