Capítulo 4

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La pastelería estaba repleta, aun así, Stella se tomó su tiempo al atender a William, con la misma delicadeza y cariño de siempre

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La pastelería estaba repleta, aun así, Stella se tomó su tiempo al atender a William, con la misma delicadeza y cariño de siempre. A esas alturas todos sabían que era uno de sus clientes favoritos.

—Qué cara llevas hoy, hija —lo escuchó decir mientras depositaba el primer trozo de pastel de menta y chocolate. Su único pedido.

—El cansancio, apenas pude dormir.

Era cierto, y a la vez no mucho. No iba a confesarle que su negocio dependía de un hilo y quizá esa orden podía ser una de las últimas. Sus manos temblaron al cerrar la caja. Quedaban horas para que el mismo tipo de ayer pasara a buscarla.

—Deberías tomarte unas vacaciones, tanto tiempo aquí adentro está sacándote oportunidades de disfrutar.

Stella le sonrió con nostalgia.

—Siempre con tus palabras sabias, pero es imposible.

—Tonterías —rechistó sacando el pañuelo de su bolsillo para atajar la tos que sucumbió su pecho.

Afuera hacía frío, más de la cuenta pese a estar llegando al verano, y algo le decía que aquel buen hombre atravesaría ríos y montañas por esos pasteles.

—William...

—No, no —la detuvo en una especie de regaño, y peinando su cabello canoso hacia un costado —. Que prefiero morir de frío que de hambre. Y si lo último que tengo son estos pasteles, pues habrá valido la pena —le guiñó un ojo.

Era imposible no compararlo con su abuelo, con esa terquedad que le resultaba hasta cariñosa, divertida porque lo hacía rabiar. Muy en el fondo le hubiese gustado tener un padre como él, y no el suyo que lo único bueno que hizo fue echarla de su casa. No lo culpaba, solo así pudo valerse por sí misma y no tener que soportar la cantidad de insultos y mentiras que se hicieron frecuentes luego de la muerte de su madre.

Lo único que no le quitarían era la pastelería, ni él, ni esos tipos de ayer.

—¿Qué ha dicho el medico? —curioseó apoyando sus codos en el mostrador. A su derecha Lea terminaba de atender sin inconvenientes. Y es que las dos habían creado una dinámica rápida y eficaz.

—Mentiras, ¿qué más? —alzó sus hombros acomodando su bufanda.

—No quiero ser la causante de que termines en cama por salir a buscar azúcar.

—Tú de lo que eres culpable es de poner esta pastelería y hacer tan deliciosos manjares. De mi muerte puede que también, eh —le guiñó un ojo con galantería haciéndola reír, olvidarse por unos instantes del lío en el que estaba metida.

Sabía que eso era lo que él buscaba, robarle unos minutos para relajarla, sacarle una que otra sonrisa, y luego marcharse por la misma calle a la que ninguna de las dos sabía dónde vivía.

Reputación macabra © (Markov IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora