El Gran Circo

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Júpiter era el acróbata más famoso y reconocido de su tiempo. Era la estrella del circo y el mayor atractivo de la Gran Carpa del Majestuoso Circo de Londres. Cada noche el graderío abarrotado aplaudía sus proezas en el aire.

La noche del viernes, nadie lo volvió a ver después de su actuación. El sábado no apareció Tras una semana sin encontrarle la compañía abandonó el lugar. La policía no se molestó en investigar la desaparición de un nómada sin papeles al que nadie iba a echar de menos y que podía haberse marchado voluntariamente.

Neptuno, hermano de Júpiter, no cesó en su empeño de encontrar a su hermano. Sabía que no se había ido así sin más. Estaba convencido de que algo le había pasado.



Meses después, el investigador privado Arthur Key —un hombre reflexivo y taciturno—, dio con una pista que podría resolver el misterio de la desaparición de Júpiter.

Se dirigió hasta el circo abandonado en el campo en compañía de Neptuno. La escena lúgubre, combinaba la oscuridad bajo la gran carpa, el frío de la noche y el ruido de los animales salvajes.

—Ratas —dijo Key asqueado.

—Deben estar buscando restos de comida. Todos se fueron con lo puesto.

Key pidió a Neptuno que hiciera silencio con un gesto de su mano. Le pareció escuchar una risa. Caminando sobre el escenario central, se topó con un tablón cuadrado rodeado con un ribete metálico.

—La vía de escape del mago. No era muy bueno, hasta un niño podía ver sus trucos.

Arthur Key se agachó frente a la trampilla y la levantó del suelo, exponiendo la entrada al subsuelo del escenario central. Ambos escucharon lo que parecía ser una carcajada salir de la trampilla. El gesto de incomprensión de Key, la mirada de terror de Neptuno.

Key sacó una pequeña linterna de su chaqueta, la encendió y dirigió el haz de luz hacia el espacio debajo de ellos. Emprendió hacia el subsuelo bajando por los peldaños de madera de la escalinata improvisada. Neptuno prefirió seguirle antes de quedarse solo sobre el escenario central.

El ruido de las ratas, allí abajo, se hizo más evidente y presente.

—¡Qué peste! —se quejó Neptuno cubriendo su rostro con la manga derecha.
Key le ordenó callar sin dirigirle la mirada.

Caminaron poco por el laberinto de andamios que sujetaban el escenario central, a cada paso se escuchaban más las ratas. No tardaron mucho más en encontrar en el suelo el origen. Un enjambre de roedores, caminando en todas direcciones, iban y venían de lo que parecía ser un cuerpo.

—¡No! —exhaló Neptuno en el avistamiento.

Podía reconocer la ropa de su hermano Júpiter, cuyo cuerpo, medio descompuesto, yacía en el suelo devorado por las ratas.

La risa, esa carcajada fría que habían escuchado desde arriba, ahora sonaba mucho más cerca. Más alto, más fuerte.

Key levantó lentamente la linterna para exponer la presencia frente a ellos, la luz reveló lentamente el rostro de un payaso, de gesto siniestro, que se balanceaba frente a ellos. El horror se apoderó de sus rostros y el estruendo de la carcajada del payaso ahogó sus gritos de terror.

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