El murmullo del enjambre

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—¡Tienes que concentrarte, Mati! Si no lo haces lo perderás —insistía Clara.

—Si no dejas de hablarme no puedo concentrarme —repliqué frunciendo el gesto con el esfuerzo.

—¡Ya casi lo tienes! ¡Ya casi!

En esa pequeña aldea del norte el murmullo del viento no era más que el zumbido de las abejas que plagaban los árboles.

Nos condenaron a cohabitar con ellas por hacer brujería. ¡Qué tontería!

No somos brujos, ni hechiceros. Tan solo somos un grupo de humanos con habilidades superiores.

—¡Mati, el enjambre se acerca! —La voz de Clara sonaba más lejana, casi opacada por el creciente zumbido.

Con cada segundo que pasaba, notaba el peso del enjambre sobre mi conciencia. Era como intentar sujetar una cometa en medio de una tormenta.

—¡Concéntrate, Mati! —Clara repetía, pero su voz se rompió en un susurro de preocupación.

Estaba perdiendo el control, y lo sabíamos ambos.

—Clara, no puedo... —Mi voz temblaba, y sentí cómo una lágrima rodaba por mi mejilla.

No quería fallarle. No quería fallarnos. Lo que había empezado como un simple juego de niños, ahora era algo mucho más complicado. Inhalé profundamente y me concentré en el enjambre. Podía sentir cada abeja, sus alas vibrando en perfecta armonía.

—¡Lo tengo! —exclamé.

Pero algo cambió. Una figura emergió de la niebla, una sombra que no debería estar allí. Tus ojos, aquellos que había amado en secreto, se cruzaron con los míos. Tan solo teníamos siete años.

—¡No! —grité, pero ya era demasiado tarde.

Las abejas, enloquecidas, se lanzaron hacia ti. Mis fuerzas flaquearon, y en un instante, todo se desmoronó. Te vi caer, rodeada por el enjambre, y en ese momento supe que había perdido algo más que una vida.

Había perdido la última oportunidad de salvarte.

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