Barco

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El derecho a la vida, un derecho que tiene cada ser en este planeta, y el derecho más fácil de quitarle a cualquiera. Él le había arrebatado tal derecho a alguien, de la forma más brusca y rápida que pudieron lograr sus débiles brazos blanquecinos, que ahora estaban salpicados con la sangre roja y ardiente de su propio progenitor. En sus manos, llenas de heridas tan antiguas cómo el tiempo, sujetaba una estaca que le había robado a una bruja del pueblo cercano.

Sus piernas temblaban y sus ojos soltaban tanta agua cómo una catarata nueva en una meseta. Aquellas orbes celestinas se fijaban en el ahora pálido y frío cadáver que tenía en frente, su mirada apagada en su totalidad. ¿Qué podría hacer? ¿Qué lograría hacer un tonto y simplucho adolescente cómo él? Tenía que irse, pero no podía hacerlo, era su propio padre al que mató y al cual abandonaba su cadáver en una vieja oficina oscura.

Y es que no lograba su joven mente procesar lo que ocurría y solo quiso escapar lo antes posible. Esa noche dejó todo, su familia, su prometida, sus amigos, su vida. Ya no tendría nunca más ese apellido, ya no tendría nunca más hermanos, no tendría riquezas, ni sus guantes blancos manchados de sangre, esos guantes que significaban el honor de su nombre habían sido profanados, no solo por la sangre de su progenitor, sino por el cuerpo de su más amado hombre. Tiró todo, sus guantes de seda salpicados con sangre los dejó en el escritorio y se largó esa misma noche solamente con una vieja espada, la primera que le había regalado su dulce madre antes de ser ejecutada, remplazada por una maldita irlandesa de medio pelo.

Corrió por la ciudad, no tenía nada, no necesitaba nada. Solo a su lacayo.

¿Dónde estaría aquel moreno? ¿Dónde podría ver su cabello despeinado? ¿Dónde estaría su hedor a tabaco barato? Lo buscaba por todos lados, sin rastro de aquel hombre. Siempre se perdía, era un francés sin nombre en aquel lugar, podría estar en cualquier lado y al mismo tiempo en ninguno.

Perdió todo, su honor, su respeto, su nombre y apellido, lo único que le quedaba era su educación, su espada, su único amigo y amante, y un barco que estaba a punto de zarpar.

"¡Christophe!" 

Gritó, en su grito se encontraba toda su alma. Era su única esperanza, la única razón por la que estaba en ese bosque, caminando cansado, recuperando el aire luego de aquella maratón desde el centro de la ciudad hasta las afueras.  No vio rastro, no lo había, nunca lo había. El francés era tan indescifrable cómo él, eran ambos un mapa quebrado, sin principio ni final de camino, quizá por eso, a pesar de ser mapas que indicaban caminos diferentes, seguían unidos. Christophe en la miseria, Gregory en lo alto del trono.

Sus ojos empezaron a lagrimear, miraba alrededor, no estaba. El barco zarparía pronto, no tenía tiempo de esperarlo. Quizá su destino era separarse de él, quizá debía iniciar una nueva vida solo. Caminó hacia el Este nuevamente, yéndose de ahí. Lo último que quedó de él en aquellas tierras fueron su nombre manchado de sangre y las huellas de sus zapatos con tacón.

"¿Por que gritas? Son las tres de la mañana, puta madre..."

Soltó una voz atrás suyo, rasposa, grave, amargada cómo el limón, e irónicamente para el rubio, la más dulce que jamás habría oído en ese momento. Volteó de inmediato, mirando a la sombra algo baja de un castaño oscuro, su piel morena, sus ojos verdes. Era él, claro que lo era, ese acento francés inconfundible, esa cara cansada todo el tiempo. Tenía su vida completa frente a sus ojos, mirando al contrario con un ligero brillo en esa mirada celestina. Se acercó rápidamente, abrazando al cuerpo ajeno con fuerza. Christophe soltó un suspiro, era normal que el contrario lo abrazara por logros, aunque no veía el por qué vendría desesperado a contarle un logro a tales horas si podían verse al día siguiente. 

Su nariz sintió un olor a hierro.

Provenía de el doncel. 

"Maté a un hombre."

. . . 

Daba paso tras paso, en sus manos no llevaba mucho. Su mano izquierda sosteniendo su pala sucia, su mano derecha sosteniendo su delicada mano de porcelana. Ambos caminaban por la costa de aquel lugar, dejando sus calzados huellas en la tierra húmeda. Ninguno sabía que hacer con exactitud, o que harían en esas tierras lejanas. En un momento, se vieron a los ojos, sus ojos celestes apagados con los ojos verdes brillando.

"¿Qué haremos ahora?"

Preguntaron los ojos color cielo, su voz preocupada, lleno de dudas. No podía salir, luego de tantos años encerrado en un palacio, al exterior, a una ciudad desconocida en un lugar donde ni su rostro ni su apellido valían algo. No entendía cómo el contrario estaba tan despreocupado, sosteniendo su mano cómo si fuera una salida por el parque, cómo si nada importara, cómo si al día siguiente ambos despertaran en sus camas, en sus casas, en sus familias, completamente separados por el dinero y la fama.

"Estar juntos"

Respondieron los ojos esmeralda, un brillo de ilusión en ellos. A diferencia de su contrario, él veía al fin un futuro, un futuro lejos de todo, lejos de la familia Fields y a la vez unido con uno de ellos. En su voz había esperanza de una vida prometedora, aunque le valiera el alma le daría un lugar digno a su rubio amante. 

Ahora su mano rasposa rozaba con la delicada mano, unidas por sus dedos, caminando hasta aquel barco que ahora estaba a pocos metros. Cuando subieron a este lo único que pudieron pensar era en la nueva vida.

-¿Tu crees que en Estados Unidos nos recibirán bien?- Preguntó, mirando a su contrario. El castaño sonrió, asintiendo con confianza, posando su mano en el hombro del británico, acariciando este mientras lo abrazaba por atrás, ambos viendo el mar desde lo alto del barco.

-Claro que si, solo no vuelvas a matar a alguien- Dijo entre risillas, aunque claro al contrario no le hizo mucha risa. Su mano morena sostuvo suavemente la mano llena de cicatrices del de piel pálida, acariciando estas heridas viejas con cariño. - Allá conseguiremos algo para cubrir esto, lo prometo- Susurró con calma, la ultima palabra antes de un tranquilo silencio, ambas miradas en el mar cristalino. 

Al final, mantuvieron sus manos unidas para siempre, a pesar de estar manchadas de sangre.

. . .

Escritor:

Eyy, hice un capítulo algo corto, se que me quedó un poco (muy) deplorable comparado con otros, solo quería explicar un poco la historia tras estos dos y la razón por la cual se fueron a Estados Unidos a tan corta edad.

Espero haya sido aunque sea algo decente para ustedes.

Los amo <3

Atte: Una naranja.

Gregstophe Moments - South Park.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora