Frío

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Oh, cómo amaba el olor a la lluvia, la sensación que le daban esas gotas heladas que rompían contra su piel con algo de fuerza intensa. Adoraba sentir la tierra mojada entre sus manos, esa humedad en su ropa, ese clima frío y mojado.

Era de sus momentos favoritos estar bajo aquellas gotas, sintiendo su cabello totalmente empapado mientras sacaba algo de tierra con su pala, en medio de un campo no muy lejano a la ciudad. Sonreía satisfecho ante su deseo saciado de visitar el lugar en ese clima. Pero claro, nada dura eternamente, ojalá fuera así. Pronto escuchó desde una valla cercana su nombre dentro de un suave elevamiento de voz, puesto que gritar era de mala educación.

Inmediatamente supo de quién se trataba, volteando a verlo con fastidio. Lo observó, un poco lejos, sus ojos celestes brillaban al igual que su cabello dorado protegido por un manto negro que cubría su cuerpo. Sabía que quería. Sacó su pala de la tierra, limpió de barro sus manos en su camisa sucia color verde y caminó hacia él, la diversión había acabado, tenía que volver con su "jefe".

El rubio lo miraba, esperando que llegara a su lado para entrar a la carroza. –Lamento haber tardado. Me distraje en mí baño– Soltó la suave voz, con aires de grandeza. El francés gruñó ligeramente, se hubiera tardado más.

Caminaron hacia aquel vehículo, el castaño abriéndole la puerta al rubio para que entrara, luego ingresando él. Pronto, ni bien el jinete empezó a echar a andar a aquellos corceles de sangre pura, volvió a hablar el príncipe.

–Te traje una toalla, para que secaras tu cabello. He mandado a mis sirvientes a que prepararan un baño de agua caliente para ti y no aceptaré objeciones.– Dijo con calma, dulzura, tranquilidad, aunque su frase tenía toques de sentencia. Se negaba a permitir que aquel francés estuviera tan cochino y lleno de barro. Y aunque era incapaz de admitirlo, tampoco quería que se enfermara o le diera algo por la lluvia helada que caía. Le ofreció aquella toalla, sin ni siquiera voltear a verlo, el contrario no dijo nada, solo aceptó la ayuda y secó su rostro y pelo.

Pasaron algunos minutos en silencio, Gregory mirando la ventana a su lado, observando la ciudad algo desolada por las fuertes tormentas. Christophe por otro lado observaba sus botas llenas de barro, pensativo.

Sus ojos se dirigieron hacia los pies de su "jefe", sus zapatos de cuero, bien lustrados, brillantes y notoriamente caros. Volvió su mirada a sus pies, botas de trabajo, sucias de lodo, algo rotas por el pasar de los años. Ni siquiera en ese momento era capaz de entender. ¿Qué hacía él en esa carroza, yendo a darse un baño caliente de burbujas y aromatizantes, para luego cenar una sopa tibia junto a aquel príncipe y dormir en una cálida cama con la lluvia cayendo en su ventana cerrada?

Miró la toalla ahora sucia de tierra que le había dado con cariño Gregory, un caballerito de gran clase. ¿Por qué aquel príncipe, futuro heredero de riquezas, le ofrecía una toalla limpia, un trabajo sin esfuerzo y un hogar hermoso a un campesino cómo él? Ambos eran jóvenes, pero Christophe, a pesar de su corta mente y educación, moría por saber una sola cosa: ¿Qué pasaba por la mente de Gregory Fields a cuidarlo de tal forma, cuando él era su supuesto lacayo?

Casi nunca lo entendía, pero la situación se repetía. No se quejaba, nunca lo haría, nunca negaría que el dulce rubio sabía cuidarlo a la perfección.

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Caminaba por el lugar, los sirvientes lo miraban con algo de desprecio, envidia. Iba junto al príncipe del lugar, que leía un pequeño libro que el francés odiaba con toda su alma: La Biblia.

Sus botas ensuciaban los pasillos con fango, aunque nadie decía nada, el rubio había dado las órdenes que aquel castaño podía prender fuego el palacio si le placía y al que objetara, horca.

Gregstophe Moments - South Park.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora