I. Dormir

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ADVERTENCIA: Drama; desarrollada después de la segunda temporada.

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Nubarrones grises, gruesos, fueron traídos por el viento desde el norte, cubriendo los rayos del Sol. Por lo perdido que estaba, dormitando a ratos, tuvo la sensación de que aquella oscuridad fue repentina, a pesar de que el ambiente se sentía bastante fresco desde muy temprano. Le resultó, de todos modos, algo lo suficientemente extraño en esa época del año, con el auge de la primavera, como para dejar lo que estaba haciendo y olvidarse de tomar una siesta después.

—Parece que tendremos una tormenta —musitó, al entrar a la casa.

Crowley no tenía un clima preferido, a decir verdad. Cualquiera que fuera, lo disfrutaba de forma gustosa, plena. Una tormenta o un día soleado, para el demonio era lo mismo, mientras que estuviera con su ángel, algo que se había vuelto parte de su rutina desde que vivieran juntos en aquella casa de campo, que encontró y protegió para los dos.

La zona estaba cubierta de verde; el valle se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y las estaciones se sentían más que en la ciudad. Ambos solían pasar las tardes en picnics, ahí entre los prados de flores o a la sombra de algún árbol mientras rememoraban historias. Azirafel luego tenía la costumbre de llevar libros consigo, y Crowley se recostaba en su regazo para que se lo leyera; aún si ya lo había comenzado, e incluso si era del odioso Shakespeare, no le molestaba. Leer libros, y compartirlos, hacía feliz al ángel y eso era lo que importaba.

Siendo completamente honesto, el demonio podía decir sin vergüenza que a eso se dedicaba ahora. Muchas de las cosas que hacía eran, precisamente, para hacer feliz a Azirafel. Lo llevaba en el Bentley hasta la ciudad, le ayudaba a traer todos los libros que pudieran cargar entre los dos, e incluso le permitió cambiar el color de su amado automóvil de nuevo – aunque eso fue una vez y duró solamente el viaje de regreso. Pero nada se comparaba, por supuesto, a la reacción que éste tuvo cuando estacionó frente al que, ahora, era su hogar. Incluso por meros segundos, Crowley podría jurar que alcanzó a ver estrellas en los ojos de su adoración, y supo que había valido la pena mantener ese lugar en secreto por tantos milenios.

La casa no era realmente especial, por lo menos no para los demás. Era rural, vieja, maltratada por el tiempo, a pesar de que antes el demonio solía darse sus vueltas para revisarla. Las plantas y malas hierbas crecían sin control a su alrededor, y era necesario podar con bastante frecuencia -cosa que estaba a cargo de Crowley, por su "amor" a las plantas; sin embargo, para los dos era simplemente maravillosa. No era sino el lugar perfecto, el escondite que podrían usar hasta el fin de los tiempos, ahora que El Cielo y El Infierno los habían dejado en paz.

Crowley decidió asomarse una vez más hacia afuera, por la ventana, y comprobó que las nubes grises ahora lucían casi completamente negras.

—¿Será un huracán? —preguntó al aire.

Azirafel parecía no escucharlo, pero eso no le molestaba. Comprendía que estaba sumido en la nueva lectura, y ya que era prácticamente un sacrilegio interrumpirlo sin un buen motivo, él se movió para revisar que todas las ventanas se encontraran cerradas. Subió con gracia hacia el segundo piso, deslizándose entre las habitaciones para comprobar que no hubiera ningún espacio por donde el agua pudiera colarse. Fue especialmente cuidadoso de sus pasos en el estudio de su ángel, vigilando que ningún movimiento suyo fuera a romper el frágil sistema de ordenado de Azira, porque podía llegar a ser bastante celoso de su trabajo. Caminaba entonces de vuelta, para salir del lugar, sorteando torres de libros en el piso, montones de hojas sueltas, pergaminos amontonados y la silla del escritorio, hasta que notó algo ahí.

Inefable - CortosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora