V. Intercambio

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Ignorar los miedos era una de las cosas más complicadas de su existencia.

Desde el momento en que fue creado, le habían inculcado el temor a Dios, al castigo. Primero con palabras y luego con los ejemplos, cuando sus hermanos empezaron a caer como consecuencia de su desobediencia e imprudencia. Presenció la caída y el sufrimiento de muchos y eso fue contribuyendo a que ahora, casi por instinto, le fuera imposible e inaudito pensar siquiera en desobedecer. Pero eso había hecho, ¿no?

Y no era la primera vez, sin duda, porque ya había impedido la voluntad del Todopoderoso en tantas ocasiones que no podía pensar en una cantidad exacta. Así le pasaba en ese momento, mientras contemplaba el paisaje nocturno de Londres desde la ventana de aquel departamento y se preguntaba si acaso le sucedería lo mismo que a todos esos hermanos suyos. Lo mismo que a Crowley que con tanta simpleza había declarado que ya ninguno de los dos tenía realmente "un bando".

Estaban solos. Por su cuenta.

Si eso era así, entonces, ¿qué pasaría con ellos? Miraba de reojo a su compañero, demonio envuelto en capas de ropa negra, paseándose de aquí para allá de forma presurosa. Ni siquiera entendía qué era lo que le pasaba por la cabeza y tampoco se atrevía a preguntar, porque lo veía moviendo un montón de cosas y no quería interrumpirlo. Al parecer estaba limpiando una de las habitaciones de su departamento.

Le había invitado a quedarse con él.

Ese era el único lugar a donde podía acudir y, aunque podría haber pasado la noche en cualquier otro sitio, la curiosidad por conocer dónde vivía el demonio lo venció. Terminó aceptando la invitación, aunque no por ello se sentía tranquilo ni relajado, sino todo lo contrario. Aún seguía pensando en que sus superiores no verían con buenos ojos que se quedara allí, que encima de todo lo que había hecho para detener el Apocalipsis, ahora pasara el tiempo con el demonio de forma desvergonzada.

Y luego estaba el asunto de Agnes y esa última profecía.

—Elijan bien sus caras... —repitió, por enésima vez, buscando entre sus bolsillos el único trozo de papel que quedó del mítico libro y en cuanto lo encontró volvió a leerlo, aunque ya lo había memorizado.

—¿Aziraphale? ¿Me escuchaste? —la voz del otro lo distrajo.

—No, no, discúlpame —aceptó, girando apenas para poder dirigir su atención a quien era su anfitrión aquella noche y le sorprendió encontrarlo con una camisa negra de mangas cortas, un poco más cómodo que la ropa que siempre llevaba —¿Qué decías?

—Te pregunté si querías algo de beber.

El ángel dio un suspiro. No había oído nada, ya que estaba demasiado ensimismado en sus pensamientos, como si se hubiera desconectado de todo lo demás. Crowley pareció notar su estado pues su mirada de curiosidad pasó a ser una de desconcierto y preocupación.

—¿Pasa algo, ángel?

El de cabellos dorados no respondió enseguida, pues aún estaba organizando sus pensamientos y por suerte el otro no insistió ni presionó. En cambio, se hizo a un lado y le permitió pasar, guiándolo de forma sutil hasta que tomó asiento en su silla o, mejor dicho, el trono donde solía sentarse a pensar.

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⏰ Última actualización: May 12, 2024 ⏰

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