Epílogo

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El caballero frente a mí me pidió un café junto con un pedazo de torta de chocolate, y con una sonrisa dulce, la anoté en mi pequeña libreta para luego dirigirme a la cocina, diciéndole a Giselle que la mesa seis requería de unos waffles con helado

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El caballero frente a mí me pidió un café junto con un pedazo de torta de chocolate, y con una sonrisa dulce, la anoté en mi pequeña libreta para luego dirigirme a la cocina, diciéndole a Giselle que la mesa seis requería de unos waffles con helado.

Me detuve detrás de la barra, mirando la pequeña
cafetería donde llevaba un año trabajando, y de forma distraída, acaricié mi brazo, mis dedos deteniéndose en las pequeñas cicatrices que tenía, donde las jeringas con heroína que me inyectaba dejaron marcas que no se borrarían en años.

Llevaba seis años fuera de las drogas, y mi vida ya se estaba estabilizando de a poco.

Ahora tenía que hacer malabares entre ese pequeño trabajo que tenía y la Academia de Artes donde estudiaba, pero me gustaba esa tranquila vida que poseía a pesar de todo.

Mamá se había divorciado de papá seis años atrás, unos días después de haberme encontrado medio muerta en la bañera. ¿Cómo había llegado a tiempo? Debía agradecerle a Yizhou, que la llamó producto de la última conversación que tuve con ella, avisándole que al parecer algo no estaba bien conmigo. Mamá había regresado del aeropuerto a pesar de las protestas de papá, llegando a casa para cambiarse de ropa y salir a buscarme, encontrándose con ese tétrico escenario que dejé.

No dudó en llevarme a la clínica, donde me internaron y pasé casi un mes bajo observación por si tenía deseos de suicidarme otra vez.

Apenas había hablado con mamá entonces, debido
al creciente dolor que estaba en mi interior.

Además, sumado a eso, mi cuerpo estaba colapsando por el síndrome de abstinencia que sufría ya que se había acostumbrado demasiado a la presencia de drogas en él.

El insomnio y los vómitos eran los más suaves de todos los males.

Mamá tuvo que enviarme a un centro de rehabilitación, no sólo para procurar que dejara las drogas por completo, sino también que, debido a todo lo que estaba pasando, caí en una fuerte depresión y ansiedad.

Pensar en toda esa situación me ponía nerviosa, y
lo demostraba comenzando a rascar mis brazos y
pellizcarlos, un trastorno llamado dermatilomanía que estaba aprendiendo a controlar más o menos bien.

Giselle me avisó que el pedido estaba listo, así que serví todo en la bandeja para irlo a dejar con la señora que lo pidió.

-Gracias -dijo la señora dulcemente, y le sonreí en
respuesta.

Estaba bien, a pesar de todo, seguía de pie. Mamá seguía trabajando como abogada, pero ahora pasaba más tiempo en casa, preguntándome cómo iba en las clases, preocupada de mí. Al principio fue difícil, porque no estaba acostumbrada a su constante presencia, a sus ojos interesados en mí, sin embargo, de a poco fuimos forjando una nueva y sana relación. Incuso me volví a hacer cercana a Minji, mi tonta hermana mayor que estuvo a punto de matarme otra vez cuando recuperé la
consciencia en la clínica.

Le hablé a mamá de Jimin. Gracias a Yeji, que
se comunicó conmigo unas semanas después, me
contó que lo había visto en el funeral de Ryujin, herida y apaleada, pero viva. Tuve que contener los locos impulsos que sentí para salir a buscarla, para tomarla entre mis brazos y rogarle que nunca me volviera a dejar, sin embargo, cuando fui al baño pensando en las posibilidades de escapar de allí e irla a buscar, mi cadavérico reflejo me devolvió la mirada. Acaricié mis cicatrices, mis ojeras, concentrándome en mi pálida piel, en mis ojos vacíos, y supe que debía resignarme a no
verla nunca más.

Porque nuestros caminos habían quedado rotos para siempre.

Porque ambas morimos, pero la vida nos había dado otra oportunidad, sólo que separadas, lejos de la otra.

Morimos para nacer.

Recogí los vasos y platos sucios de una mesa recién
abandonada, tranquila, esperando que mi turno
terminara pronto. Debían quedar sólo treinta minutos.

Mamá había comprendido mi enfermizo amor -o
necesidad, mejor dicho- por Jimin, siendo consciente de que había terminado enamorada de ella debido a la constante soledad y abandono que había sufrido en mi vida. Había escuchado todos mis sentimientos por ella, la forma en la que solía mirarla, como quería que siempre me tocara y rodeara con sus brazos, para luego sostenerme cuando me quebré y rompí a llorar porque
la extrañaba a pesar de todo. Porque la había amado con tal intensidad que la muerte me había parecido una mejor opción cuando creí que dejó este mundo.

En esos seis años, además, no había estado con nadie más. Aún tenía heridas que sanar, que curar yo misma.

Y, a veces, por las noches, seguía soñando con el toque de Jimin sobre mi cuerpo.

Parecía un perrito perdido, pero poco me importaba.

Por eso, cuando ese día, al salir de mi trabajo
poniéndome el abrigo para no terminar empapada por la leve llovizna que caía, y choqué con alguien, en lugar de haber reaccionado murmurando una maldición baja para luego sonreír con hipocresía como hubiera hecho antes, sólo solté un grito exagerado, sobando mi trasero.

-¡Auch! -chillé riendo-. Lo siento, no fue mi intención..

-La culpa es mía, princesa.

Abrí mis ojos por la sorpresa cuando levanté la vista y me encontré con los oscuros ojos de Jimin.

Algo pareció agitarse en mi interior.

-¿Ji-Jimin?- pregunté parpadeando.

Me sonrió, mostrando su linda sonrisa, y me enternecí ante esa mirada.

-Es un placer volver a verte, Kim Minjeong -declaró
solemnemente, tendiendo su mano para ayudar a
ponerme de pie.

Sonreí, mis labios temblando, y agarré su mano.

-El placer es mío, Yoo Jimin.

He aquí el epílogo de esta linda historia espero les haya gustado, así como a mi me a gustado adaptarla

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He aquí el epílogo de esta linda historia espero les haya gustado, así como a mi me a gustado adaptarla.

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Born To Die | Winrina g!pDonde viven las historias. Descúbrelo ahora