6-Bienvenida

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Me despierto de un sobresalto. Me apresuro a alcanzar mi teléfono móvil de la mesita de noche para ver la hora. Suspiro. Parece ser que aún no ha sonado la alarma, por tanto, voy con tiempo de sobra. A veces mi subconsciente quiere hacerme pasar por situaciones dramáticas y eso no se lo voy a perdonar nunca.

Me he desvelado y ya no consigo conciliar el sueño de nuevo, así que poso mis pies desnudos sobre el frío parqué y poco a poco los introduzco en las suaves zapatillas. Me dirijo a la cocina en busca de mis tortitas preferidas para acompañarlas de aquel sirope tan rico que descubrí hace poco en una revista de alimentación saludable. Cuando cocino me gusta hacerlo al ritmo de la música, ya que me parece una manera más creativa y entretenida de preparar sabrosos manjares, siempre y cuando no te entretengas bailando y acabes quemando la casa como yo hasta hace unos días.

Enciendo la vitrocerámica y poso la sartén a la espera de que se encuentre lo suficientemente caliente como para poder esparcir el producto líquido. De mientras, suena en la radio "Cien gaviotas" de Duncan Dhu y le doy infinitas gracias a mis padres por haberme criado con semejante gusto musical, ya que hoy en día la música es más ruidosa, con mensajes demasiado directos y en ocasiones, denigrando la figura de la mujer a través de la cosificación. ¿Que parezco mi madre dando un discurso? Sí. ¿Que sin embargo esta es la cruda realidad? También.

Vierto el líquido espeso en la metálica sartén y mientras lo remuevo con la paleta de madera, meneo las caderas al ritmo de la canción. Estoy de buen humor. Hoy puede ser un gran día y no lo digo en broma, aunque parezca una de esas frases repelentes que mandan los abuelos por mensajes. Cuando ya está lo suficientemente dorada, la coloco en el plato acompañándola del sirope de caramelo, no muy saludable a decir verdad aunque solo sea por un día. Mi perro Boliche se relame sus bigotes mientras observa cómo devoro aquellas tortitas tan sabrosas. Lo comprendo, yo también lo haría.

Al acabar, introduzco el plato en el lavavajillas y me dirijo a la habitación para acicalarme y poder lucir de la mejor manera posible. Me pruebo el vestido negro que tenía preparado desde ayer y efectivamente, es una excelente opción: cómodo y formal.

Abro el joyero magenta colocado en el lado izquierdo del escritorio, y escojo unos pendientes de aro gruesos que combinan a la perfección con el azabache. Para rematar, unos tacones de aguja con tiras finas cruzadas y look completado.

Me retoco rápidamente los labios con un esmalte color natural, provocando un aumento considerable de éstos. Adquieren una mejor forma y eso me gusta.

Le planto un beso a mi perro en su diminuta cabeza y le aseguro que en unas horas nos volveremos a ver. Comienza la aventura. Siento como algo se me remueve en el estómago y eso significa que tengo los nervios a flor de piel. Es normal, me aseguro a mi misma, aunque debo tener más autoconfianza debido a que soy una trabajadora extraordinaria y en estos últimos años se ha podido ver reflejado.

La empresa no se encuentra muy lejos, por tanto, en menos de 20 minutos he llegado sin ningún tipo de complicación. Aparco justo enfrente de aquel rótulo turquesa donde se especifica el nombre del negocio "CreaVista", así que me decido a bajar del coche exhalando profundamente, con el objetivo de disminuir el tembleque que recorre por mi cuerpo.

Traspaso la amplia puerta de cristal y me hallo en un espacioso vestíbulo donde la pulcritud es visible desde cualquier ángulo. Vacilo unos segundos hacia donde ir, ya que en el correo no indicaba dónde podía encontrar a la jefa de departamento.

Siento unas suaves palmadas en mi hombro derecho y me percato de la presencia de un elegante hombre con traje y corbata. Su estatura me intimida en cierta manera, observo su cabello engominado hacia atrás y esos ojos rasgados que me miran fijamente.

Equidad En AcciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora