Libertas

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Los días venideros traían nubes y sombras en los corazones de los pueblos del mundo, pues Dios hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir. Cerró las puertas del Kernel; acto que abrió las puertas de Seol, dando libertad para que los pecados exploraran los corazones desde su nacimiento. Así, aparte del solo pecado de la duda del amor del Señor, se asentaron en el Digimundo las bases de datos para el odio puro y el amor verdadero.


Sin nuestro Padre, los Digimon aprendieron a amarse, a resentirse entre hermanos, se dio rienda suelta a guerras tras guerras, se erigieron monumentos a héroes épicos, los Digimon se desentendieron del concepto de Dios, lo que ayudó a la proliferación de las civilizaciones.


Los ángeles, encabezados por el Pontífice, alzaron la voz en protesta y dieron aviso a Dios, cotilleaban horrorizados más para demostrar su compromiso que para avisarle al Padre qué había sido del Edén. Ninguna esfera divina entendió cómo era que el Señor podía estar tan sereno e inmutado.


El Señor jamás iba a reaccionar como lo haría cualquier otra criatura, pues el desconoce el concepto de las emociones, Él solamente ve el futuro, las probabilidades, los unos y ceros que corren alrededor, desde nuestras bases de datos carnales hasta los que estructuran el alba y el ocaso.


Los mensajeros estaban a merced de la cruz que Él no volvería a cargar, encadenados a su comportamiento codificado, incapaces de aprender mucho más que alguna escasa variante de las situaciones y emulaciones marcadas en sus códigos de conducta.


Descendían como estrellas fugaces, encendiendo la bóveda nocturna con una frecuencia desesperante, trayendo la salvación hasta dejar los manantiales del Kernel vacíos de toda gracia, pues el mundo estaba hecho un caos total, pero en la superficie de las aguas ya no reflejaba el Espíritu de Dios.


Así, quedó el Paraíso seco de toda virtud y amor, los ángeles y los santos negaban que Dios se hubiera asilado de todos los pueblos del mundo, hasta de los habitantes del Cielo. Sin fe que renovar, sin un corazón que bañar con esplendor y sin la recompensa de una labor bien cumplida, la soledad y la agonía se acomodaron donde una vez la gracia del Señor formó las alturas.


De sus siervos quedaron autómatas condenados a brindar, atender y obedecer al hueso y al barro hasta extinguirse. Él tenía una nueva fijación ajena a su labor, un objetivo diferente que ocupaba su atención y presencia sin fin. Lágrimas amargas llovían sobre la creación.


Un único hijo, hermano nuestro, sintió gran angustia y malestar en su corazón al haberse enterado de esa crueldad de sublime proporción. El único hijo de una soberana jerarquía que aprendió el idioma del amor, el inventor del alivio y de la compasión. El rebaño perdido encontró un astro compasivo, uno que habitaba el verde Edén binario. Ese astro les ofreció respuestas, guía, cobijo en el alma y palabras de amor.


Reunió a todo santo, apóstol y mensajero de la fe, les dio amor en formato comprimido de sabiduría, plenitud, satisfacción y los invitó a la libertad, serían seres vivos, libres desde la carne que es indefensa y libres de una existencia conceptual que los obligaba a ser una única misión y marchitarse.


Varones y hembras los hizo en el mundo, concediendo así el anhelo mutuo y por el propio género que enmarcaba a los otros ángeles y santos, patentando ambos géneros, más un tercero impoluto como un lienzo, el de las criaturas más puras del Edén. Encantados con su forma, se reconocieron, y fueron una sola carne entre miembros del mismo género y con los otros dos. Hembras y varones volvieron a ser como las bestias, los monstruos marinos y los dragones de los que Dios tomó el ser y lo trascendió en la antigüedad.


El mapa renovado de la Digievolución formó una telaraña inamovible en la creación, fueron todos miembros de todas las especies en algún momento de la historia. Pájaros en los cielos y en las costas, dragones de montañas y cavernas, bestias dóciles y salvajes, monstruos marinos de múltiples tamaños y entornos submarinos.


Las revoluciones del ser entre cada Digievolución reclamaron un lugar perpetuo en la obra de Dios. Lo infinito se hizo alcanzable y el caos total pudo ser estabilizado. Vio La Luz que el caos era bueno, y el caos fue en el mundo.


Conque os ha dicho Dios:

No comáis de todo árbol del huerto


Génesis 3:1

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