El Seol fue el último regalo que la Luz hizo por la obra de Dios como segunda creadora que era. Aisló la perfecta destrucción de la perfecta creación; todo lo que fueran ruinas, fobias, calamidades y enfermedades. Escondió el mal entre sombras tenebrosas donde ni el sol, ni la luna o las estrellas se asomaron jamás.
El Fresno, nuestro Señor, reconoció el mensaje en acciones de su hija y lo interpretó como un acaparamiento de poderes inmensos, conspiración y retaliación. Se plantó la semilla de la dualidad cósmica. La Luz ya no era Luz, era todo lo terrenal, todo elemento y principio que no fuera Luz. Cobró vida y forma cuando vida y forma ya había en el Edén
Él y Ella se enemistaron después de muchas estaciones pasar. El tiempo marchaba descalzo e implacable en su empeño en lo que ambos se buscaban para reclamarse rencores, tratar de entenderse y aliviar la ausencia del otro sin dejar de reñir como fuerzas opuestas.
Tanto leviatán y como bégimo fueron víctimas del rencor macrocósmico. Donde antes había amor fraternal, se suscitaron dudas y malestar. Se vieron limitados por seguir los pasos del otro, descubrieron que no conocían el mundo a través de ojos propios, sino como conjunto.
El dragón bestia, desde las alturas, nació sin saber que hablaba el mismo idioma feral.Desde la distancia, asumió que sus diferencias con los otros seres pesaban más que las semejanzas, y los detestó desde los cielos y las montañas, encelado y amargado.
Los dos primeros volvieron a cambiar, pasaron por una metamorfosis como sus ancestros del océano, se escondieron tras decenas de formas y recorrieron todo ambiente, admiraron las estaciones, estudiaron los relieves del paraíso, cada vez más desde la soledad.
Hastiado de su presencia, el tercero no soportó la idea de un paraíso compartido, y buscó el gozo en otro lado; se planteó un cuestionamiento propio y concluyó que algo más tendría que haber más allá del Edén, fuese abundancias o carencias.Voló y voló por los cielos, sobre las nubes deslumbrantes del amanecer, y los conquistó.
Para el Señor, secretos no había en su sagrado invernadero, fue así como se enteró de las emociones hostiles que comenzaban a manar desde los corazones reescritos.El miasma del resentimiento era ponzoña que se apoderaba de la atmósfera.
La violencia y las cacerías serían el orden del mundo, mientras que La Luz había encontrado la paz. Era cuestión de tiempo para que las guerras estallaran y los rencores cobraran vidas. Y La Luz reía y gozaba.
Y dijo Dios:
Tu cometido se hizo realidad.
A las profecías les has cumplido puntual,
hija mía.
Le diste razones a los astros para que volteen a ver a otro lado.
Pronto,
la fauna del Paraíso se arrastrará sobre su vientre en acecho,
se destruirá mutuamente
y se extinguirá.
La tierra y los mares engendrarán monstruos aborrecibles,
cada uno más sanguinario que el anterior.
Habrá entre los cielos y la tierra tantos muertos como estrellas hay en el cielo.
Por tu culpa.
Tomaste coraje, unidad, afecto, sabiduría, paz, verdad y fe e hiciste pecado con ellas
a partir de tu carne.
Entre los elementos del mundo que componen tu existencia,
también existe la oscuridad del abismo,
el Seol
Sé, entonces,
justamente castigada,
hija mía.
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Llenóse su boca de colmillos.
Despojada fue de sus alas,
su divina corona.
Se humedecieron sus plumas
como el musgo
y la estrujaban
como un féretro.
Su voz perdió
su angelical frecuencia
y fue sustituida
por ecos cavernosos
y amenazantes.