¿Quieres jugar?

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Ese día, durante una de las cuantas tardes después de la escuela, decidió que lo mejor era ver televisión. Despejarse un poco de las actividades impuestas cómo tareas y relajar su mente de formulas matemáticas básicas que le enseñaban en la primaria. De verdad era necesario un cambio de ambiente en la sala de su hogar, su madre limpiaba la cocina mientras que su abuela tomaba aíre fresco en el jardín. Su padre seguía en el trabajo y no llegaría hasta más tarde. No había con quien jugar o platicar sobre los programas que vio en la mañana. Era obvio que su llegaba a hacer eso con su mamá esta no le pondría la suficiente atención por estar ocupada en la cocina o su abuela se quedaría dormida, ya que ella decía que con el tono que usaba en sus platicas, uno tranquilo, suave y dulce, lograba llevarla a ese estado. 

Tomó el control y apretó el botón rojo, prendiendo el aparato que enseguida emitió el ruido de un canal de doramas, culpa de la señora Kuroko por apagarlo justo ahí antes de ponerse a hacer los quehaceres del hogar. 

—¡Kuroko! ¿Ya terminaste la tarea?—fue lo que preguntó ella al llegar al umbral de la puerta que daba acceso a la sala, la cual estaba conectada con la cocina.
—Sí. Quiero relajarme un poco. ¿Puedo? 

Esbozó una sonrisa por la pregunta un tanto ilógica del menor. Ya televisión ya había sido encendida, además no podía decirle ''No'' a su adorado hijo, menos con esa cara tan tierna. Cumplió con sus deberes, se merecía una recompensa. Asintió y volvió para continuar con su trabajo, mientras que Kuroko cambiaba de canal sin encontrar nada que le interesara. Un anime, pelicula, incluso un dorama viejo. Cualquier cosa que capturara su vista sería bienvenido a pasar el resto de la tarde con él. Canal tras canal y pronto sus ojos se abrieron con algo de extrañeza e interés. Un partido de baloncesto era presentado por la liga japonesa y, con su suerte, apenas daba inicio. Sonó la campanilla y ambos equipos pisaron la cancha, dando cómo resultado el rechinar de las zapatillas especializadas para ese tipo de suelo. 

Kuroko se fascinó al instante por la manera en que ese juego se desarrollaba, las técnicas, la forma en que el balón entraba al aro dependiendo del muñequear de cada jugador, el liderazgo de cada equipo. Pero lo que más hizo que sus piernas se impacientaran por tocar una pelota de ese deporte y jugar cómo ellos era la pasión que ponían en el juego. Se notaba que amaban el baloncesto, que ese tipo de deporte era lo que más abarcaba su vida. Quería jugar, jugar cómo ellos y sentir esa alegría por sus venas. Que una adrenalina recorriera cada parte de su cuerpo y le alentara a seguir adelante hasta que la bocina del recinto dará por terminado el encuentro. 

Su padre llegó después de todo el tiempo que duró frente el televisor y, emocionado, se levantó del suelo para correr a la entrada y lanzarse en brazos del mayor. Recibiendo a su hijo y cargándolo, dijo cuanto le había extrañado en todo el día. Kuroko dio un par de besos en la mejilla de su padre y de inmediato este notó que algo traía su pequeño. No actuaba tan cariñoso, no si algo quería. Rápidamente preguntó y cómo respuesta obtuvo... 

—¡Quiero jugar baloncesto! 

Con una sonrisa en el rostro llevó a su hijo, siempre cargándolo, a la cochera de su hogar. Lo dejó en el suelo y empezó a buscar entre cajas y cajas algo especial. El pequeño le observaba tratando de averiguar que ocurría, mas la pregunta que le haría sobre que buscaba no fue permitida para salir de sus labios cuándo el mayor mostró una vieja pero resistente pelota de baloncesto. Los ojos celestes se iluminaron, al igual que al ver el partido, y agarró la pelota entre sus pequeñas y suaves manos. 

—Ve a jugar a las canchas de aquí cerca un rato. Pero procura llegar antes de la cena o si no tu madre se enfadará. 

Y así lo hizo. Corrió fuera de su casa hasta llegar al parque y comenzar a botar la pelota, tal y cómo recordaba del partido. Intentos fallidos de dirblear, logrando que la pelota pegara con sus piernas, o encestar, sin siquiera llegar a la canasta, fueron el resumen de ese día. En los siguientes empezaba a dominar el balón. Ya lo botaba con más fluidez y en ocasiones pasaba entre sus piernas sin poder atraparlo con la otra mano. Los tiros eran cada vez más certeros, o eso decía ya que por su baja estatura y el poco conocimiento en técnicas que le hicieran posible encestar causaban que con trabajo pudiera lanzar. Pero estaba feliz. Así debía sentirse, ¿no? Comprendía que a penas era un principiante en ese juego y que aún faltaba mucho para poder jugar cómo un profesional. 

Déjà vu [Descontinuada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora