El salón comedor era igualmente precioso. De su techo colgaban lámparas hermosas de colores dorados; las sillas y las mesas de madera conservaban, a pesar de su antigüedad, toda su elegancia; las paredes mostraban coloridas escenas mitológicas de dioses de cuatro brazos y al fondo, enormes cortinas de terciopelo granate cubrían la puerta y los ventanales que daban al patio.
—¡Me encanta! —exclamé emocionada—. Es como estar en una película. Tendría que haber bajado mi cámara.
—Nooo... Recuerda que necesitas mantenerla con batería, no sabemos qué pasará mañana —me reprimió mi hermano.
—Haré algunas fotos con el móvil.
Mi hermano empezó a negar con la cabeza desaprobando mi decisión.
—Emm... Hermanita, nos está mirando todo el mundo. ¿Por qué no nos sentamos?
Efectivamente, nada más entrar nos habíamos convertido en el centro de atención: tanto los clientes sentados a la mesa como los camareros que los atendían se habían detenido para observarnos con curiosidad atraídos por el hecho de ser los únicos extranjeros que había en el hotel.
—Esta situación me resulta francamente incómoda... Al final voy a tener que saludar... ¡Hola! No, "hola" no... digo...¡Namasté!—dijo juntando sus manos ante su pecho e inclinándose un poco ante todos aquellos desconocidos.
Para sorpresa de ambos, todas las personas de la sala respondieron sonrientes con el mismo gesto y casi al unísono con otro "Namasté".
—¡Vaya! —articuló con asombro.
—¿Sabes? Tienes razón. Será mejor que nos sentemos —le propuse tirándole del brazo.
En cuanto retiramos los asientos de la mesa, se acercó un camarero a toda velocidad para arrimarme la silla mientras me sentaba. Nos entregó la carta y tras un "thank you" se retiró unos pasos atrás a la espera de nuestra elección.
—Bueno, vamos a ver —pronunció mi hermano abriendo la bella cubierta que cobijaba el menú.
Yo hice lo mismo. Los platos estaban descritos con letras que parecían formar hermosas cenefas y justo debajo, se podía leer su traducción en inglés en un tamaño más pequeño.
—Emm... ¿Qué te parecen unas verduritas con queso? —me preguntó tras unos segundos.
—La verdad... ¡Me gustaría probarlo todo! —le respondí entusiasmada—. ¿Y si nos pedimos el pollo tandoori?
—No, mejor déjalo, que no me fío del pollo ese ni de la salsa. Voy a intentar mantener bien mi flora intestinal el mayor tiempo posible... ¿Y unas samosas? Aquí pone que son empanadillas rellenas de verduras.
—Te ha dado fuerte con las verduras, ¿eh?
Encogió un poco los hombros como respuesta.
—Yo creo que ya lo tengo: voy a pedir el pollo y de postre arroz con leche.
—Nunca haces caso de tu hermano —protestó negando con la cabeza.
Esta vez fui yo quien se encogió de hombros.
—Vale, pues... yo las empanadillas y de postre también arroz con leche.
Pedimos los platos al camarero y le preguntamos en inglés qué llevaba la salsa del pollo y si las empanadillas tenían mucho picante, a lo que el hombre todo lo respondía con un "yes, sir" bamboleando la cabeza de un lado a otro en ese gesto tan de la India con el que no sabes si afirman o niegan. Al final se marchó a la cocina dejándonos con la sensación de que no nos había entendido en absoluto. Regresó para servirnos el agua y unas tortas llamadas chapati. Las probamos y no sabían a nada. Solo eran unas masas planas circulares y flexibles de harina cocinada sin sal.
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Dátiles con leche
RomanceUna fotógrafa viaja a la India con su hermano para realizar un reportaje fotográfico en una importante revista de moda. Durante su estancia en un pequeño y exótico hotel, conoce a un misterioso y atractivo joven del que no puede evitar enamorarse.