3.

46 2 3
                                    

Hicimos turnos para ducharnos y nos preparamos para dormir. La verdad es que no hay nada mejor que darse una buena ducha después de un viaje tan largo y meterse en una cama enorme para poder descansar sabiendo que puedes dormir todo el tiempo que quieras. Aunque no es lo mismo si la tienes que compartir.

—Otra vez a dormir juntitos, como en los veranos de nuestra infancia en el pueblo —dijo mi hermano con cierto tono de resignación mientras me acostaba a su lado.

—Sí, pero al menos la cama es grande y no hace calor.

—Eso es verdad... ¿Apago la luz?

—Apaga.

Los dos cojines cilíndricos que hacían de almohadas eran muy bonitos, pero también muy incómodos. Así es que, después de probar varias posiciones, me lo puse al lado y le eché el brazo y la pierna por encima, como si lo abrazara. Encontrada la postura, solo quedaba poner la mente en blanco, relajarse y dormir, pero en mi cabeza no paraban de agolparse pensamientos e imágenes de todo el día: el viaje, los vuelos, los paisajes... y sobre todo él. No podía evitarlo. Se me venía a la mente sus bellos ojos claros, sus dedos rozando mis manos, la fugaz sonrisa que me devolvió la primera vez que lo vi en recepción, su voz grave dándome explicaciones... Me veía una y otra vez intentando controlar mis nervios mientras me hablaba ¿Se daría cuenta? ¿Y si solo pensó que mi actitud se debía a que no le estaba entendiendo correctamente? ¿Y si no pensó nada porque ni se fijó ni le dio importancia y era yo la que no paraba de darle vueltas? ¿O tal vez la que no se fijó fui yo y la atracción era mutua? Intenté dirigir mis ideas hacia cualquier otra cosa, pero nada: su rostro serio y su penetrante mirada volvían a imponerse acallando todo lo demás. Me di la vuelta. Mi hermano dormía de lado dándome la espalda. Me incorporé y cogí la cámara que estaba en la mesita de noche junto a mi teléfono y me tendí de costado otra vez. Repasé las fotos hasta llegar a las de él ¡Cómo deseaba encontrármelo de nuevo y al mismo tiempo cómo temía que eso sucediera! Coloqué la cámara en la mesa mirando hacia mí con la foto de su rostro enmarcado en la pequeña pantalla. Lo observé abrazada al cojín hasta que, pasado un minuto, se puso en negro. Me di la vuelta para evitar la tentación de encenderla de nuevo y cerré los ojos sin dejar de pensar en él. Por suerte, mi cuerpo cansado ya no tardó mucho en dormirse.

No sé cuántas horas habían pasado cuando me desperté y vi que mi hermano no estaba a mi lado. La luz encendida del baño dibujaba la silueta de la puerta cerrada por la que se escapaban quejidos y sonoros ruidos intestinales. Me levanté y la golpeé con los nudillos.

—¿Estás bien?

—Noooo —se oyó desde el otro lado con tono lastimero.

Me esperé sentada en la cama a que saliera y cuando lo hizo no pude evitar que se me escapara un poco la risa.

—Al final estás estrenando el lavabo por todo lo alto, ¿eh? ¿Qué tal la experiencia?

—No estoy para bromas... —me respondió mientras se dirigía a abrir la ventana encorvado y con las manos en el vientre.

De pronto echó a correr de nuevo al baño. Esta vez lo escuché vomitar. Abrió el grifo y se limpió la cara con agua fría. Luego se dejó caer sobre el colchón con los ojos cerrados.

—Te habrá sentado mal la cena —le dije preocupada.

—Me encuentro fatal... y no voy a mejor. Me duele muchísimo la barriga y hasta beber agua me sienta mal. Ay, perdona —se disculpó mientras se levantaba para ir al baño de nuevo.

Por la puerta entreabierta vi cómo le temblaban las piernas mientras se colocaba en cuclillas. Esperé y cuando terminó entré para ayudarlo a levantarse. A pesar de la vergüenza, se dejó hacer. Cuando fui a tirar de la cadena vi que todo estaba lleno de sangre. Aquello no parecía una simple diarrea.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 28 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Dátiles con lecheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora