Capítulo I

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"La magia, una fuerza misteriosa. Las brujas, tan sabias. El amor, tan poderoso.

Podrán estás fuerzas atravesar todas las barreras, ¿será la muerte lo suficiente grande como para despegar dos almas que arden en llamas gemelas?" -Autora.

...

Después de las fuertes lluvias del día anterior, a la mañana siguiente el clima era mucho mejor, aunque el sol todavía no se mostraba ya que las nubes se lo impedían, no volvió a caer una sola gota de agua.

Eris con su concentración fija en la labor de preparar un desayuno, batía los huevos viendo a un punto fijo, desde que se levantó esa mañana no paraba de pensar en lo que podría pasarles. Estaba hundida en sus pensamientos, tan así que no se percató de que Idalia ya había despertado. Se acercó a ella para después abrazarla por la espalda, está se sobresalto.

-¿Pasa algo? -Preguntó al mirar lo distraída que se encontraba.

La mayor dejo el plato en la encimera de madera, para luego girar hacia Idalia.

-Estoy bien, solo estoy pensativa. -Dijo con una leve sonrisa mientras acariciaba su mejilla.

Se podía ver un brillo en los ojos de ambas. La chica asintió, pero no podía disimular su preocupación por Eris, sabía que tendía a preocuparse demasiado, siempre estaba ahí para tranquilizarla, sin embargo, en estás circunstancias hasta ella estaba sobre pensando el tema que las tenía tan atormentadas de miedo. No querían ni imaginar lo que sería no estar juntas, pero desde el inicio fueron conscientes de que los campesinos tarde o temprano iban a recolectar las suficientes pruebas para condenarlas, mientras que a Eris no le agradaba la idea de verse humilladas, a Idalia le daba pavor lo que podrían hacerles. Aunque fueran brujas muy poderosas no tenían ningún arma contra la muerte, no les agradaba tener que gastar energía en huir de estas personas, se decían que no valía la pena.

-Tengo que irme. -Se separó del abrazo para caminar hasta la puerta.

-¿Adónde?

La menor se devolvió para acercarse al rostro de Eris y plantarle un suave beso.

-Sabes que tengo que ir a mi casa. Nos vemos luego. -Se fue cerrando la puerta.

Sonó un chirrido proveniente de esta. Suspiró y siguió con lo que estaba haciendo minutos antes.

...

El pueblo parecía tranquilo, todos estaban pendientes de lo suyo, Idalia caminaba por el lugar con una canasta que cargaba varias cosas que compraba por el camino. Pasaba casi desapercibida gracias a la capa color morado que usaba. Un grupo de mujeres con una edad ya avanzada miraban a la chica. La sangre les hervía cada que la veían, siempre soltaban comentarios venenosos llenos de envidia, ya que siempre habían tenido celos de la belleza que portaba la mujer. Se acercaron impidiendo que siguiera con su camino, soltó un suspiro cansado al saber qué se le venía.

-Ayer no te vimos en todo el día. -Soltó la más vieja de ellas.

Está mujer era una de las tantas personas en el lugar que soltaba acusaciones hacia ella acerca de suposiciones sobre pactos con el demonio. Era de unos cincuenta y tantos años, por su edad tenía varias arrugas y sus manos eran demasiado delgadas, siempre tenía el ceño fruncido y llevaba ropas algo sucias y desgastadas por sus labores como esposa. Sus amigas detrás miraban de arriba a abajo a la joven que ya se veía muy irritada por su interrupción.

-El cielo se caía, Leticia, por obvias razones no me encontraba fuera de casa. -Espeto sin una pizca de amabilidad.

Recibió una mirada severa por parte de ellas. Dispuesta a seguir con su camino fue hacia delante, pero le impidieron el paso de nuevo.

-Por un momento pensé que ya te conseguiste un marido. No serás joven para siempre. -Dijo con un volumen de voz más alto de lo normal.

Idalia se quitó la capucha de su capa para luego preparar lo que diría sin que suene tan grosero.

-Escuche, usted no es nadie para meterse en mi vida privada, si me caso o no ese es mi maldito problema, no el de ustedes. Dejen su envidia evidente, aquí las únicas que se están quedando viejas son ustedes, dejen de ser tan amargadas que les salen más arrugas de las que ya tienen. Con permiso. -De un empujón las saco del camino y las dejo atrás.

Quedaron moradas de la cólera que les dejo la humillación a su orgullo, siguieron con lo suyo con una gran rabia en sus rostros.

Idalia llegó a casa con la respiración algo agitada, cerró la puerta de un portazo y se dió un tiempo para respirar. Cerró los ojos intentando calmarse. Quería convencer a su mente de que todo andaba bien y que nada malo iba a pasar, pero su intuición le decía claramente que estaba apunto de pasar algo verdaderamente malo. Para la desgracia de ambas, su intuición no fallaba, pues en la casa del Reverendo se encontraba él estudiando las acusaciones hacia ellas, algo que llamo mucho su atención fue darse cuenta de que estas venían en conjunto, los pobladores afirmaban que ambas estaban unidas de algún modo, pero lo que decían no era nada más que una unión por medio de la brujería, suponían que una especie de aquelarre en dónde solo eran ellas dos. Esto fue algo que se le hacía extraño, el caso de ambas era muy inquietante para el, ya que algo no le cuadraba.

En su despacho no hacía más que estresarse y releer una y otra vez las acusaciones del pueblo hacia ellas, cansado de no dar con nada más que lo que ya tenía hace unos meses, se levanta de su silla para abrir la puerta, pero, algo en su mente se encendió, parecía una locura, pues ese tipo de casos eran repugnantes en su creencia, la idea de que ambas estuvieran en una relación romántica hizo que todo cuadrara, por primera vez en meses, todo el trabajo dió frutos, decidido volvió a sentarse en su escritorio y empezó a escribir en otro pergamino, estaba claro que en cuanto pudiera acabaría con esas brujas.

Había llegado la noche, todos se encontraban profundamente dormidos, en cambio, en la cabaña algo alejada del pueblo estaba Eris, quien hacía un círculo con sal en forma de protección, estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de garantizar más tiempo de vida para ella y para su amada. Con varias velas de colores morados ya encendidas, se sentó en el centro de el círculo y respiro varias veces. Con los ojos cerrados se dispuso a concentrarse en transportar todo su poder en un faro de luz. Se adentro en lo más profundo de la mente de los campesinos, escucho todos sus pensamientos, vio sus sueños y entro a ellos, uno por uno, fueron aterrorizados entre sueños, despertaban de manera brusca, empapados de sudor y asustados, horrorizados para decirse mejor, tanto era así que no pensaban en hablar sobre eso con el Reverendo como era de costumbre. Al cumplir con su cometido se acostó para luego dormir profundamente.

Cuando alguien te hace daño, no importa lo que te enseñaron por ética, el respeto se gana, si ese alguien te amenaza con tu vitalidad, lo mejor es darles una lección, una de la cual no olvidarán fácil. "Si no te respetan, los destruyes" -Autora.

Renati Per MortemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora