Siem Riep

23 3 0
                                    

-Tres, dos, uno... Abran fuego.

Era la voz del odio tratando de erradicar aquellos viejos fantasmas del pasado. Fantasmas de túnica naranja, tez blanquecina y cabeza afeitada. Él le miró fijamente a los ojos, indagó y el tiempo se detuvo o, al menos, detuvo las balas.

Aquel iris comenzó a desdibujarse y en él se fueron formando imágenes que recordaba perfectamente, cuando la palabra Jemer se asociaba al orgullo de pertenecer al delta del Mekong, mucho antes de ser manchada de rojo sangre, mucho antes de la llegada de los Jemeres Rojos.


Las estampas seguían sucediéndose en aquella mirada de diversas tonalidades y formas, con distintos grados de nitidez, algunas ajenas y otras extrañamente familiares. Una de ellas se materializó de forma tan intensa que tuvo que parpadear. Era el Angkor Wat, eran sus monjes y era la fe en tiempos de paz, cuando no se traficaba con la esperanza a cambio de armas. Se vio a sí mismo en tercera persona deambulando por las estrechas calzadas de piedra y sintió en el pecho un ardor tan fuerte que creyó desfallecer. Empezaba a dudar. Aquellos ojos no podían ser los de un enemigo, un enemigo no podría generar en él sentimientos tan profundos.

Cuando volvió a centrar su vista de nuevo en aquellas pupilas, un nuevo inquilino parecía haberse incorporado a aquella postal de su memoria. Ataviado con un ropaje anaranjado y con un sencillo collar de plata al cuello, el hombre le abrazó. No de forma directa, sino a la figura que representaba en aquel pasado, pero fue él el que sintió su cuerpo estremecerse. Empezó a temblar y entonces lo comprendió.

Una lágrima brotó por su mejilla.

El tiempo recuperó su flujo habitual. La bala atravesó el cráneo de aquel hombre al que había mirado fijamente en los últimos segundos, aunque sus pupilas se habían dilatado y su cuerpo yacía muerto en el suelo.

Nunca volvería a recordarse en esos ojos. Nunca volvería a abrazar a su hermano.



Postales de CiudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora