Cada recuerdo restallaba sobre la arena, súbitamente, como el tensar del músculo durante un acto reflejo. El ritual se repetía de forma acompasada: respiración forzada, quejidos, murmullo...
"Para recobrar lo recobrado, debí perder primero lo perdido. Para conseguir lo conseguido, tuve que soportar lo soportado".
El único hilo audible era el crepitar de su ceremonia bajo el suntuoso manto de una luz de gas. El silencio de la noche se acrecentaba sobre la playa mientras deslizaba el arado por su superficie, dibujando estrías uniformes y lineales frente a otras perpendiculares. Tras una breve pero profunda exhalación se detuvo, emitió un sonoro lamento y observó su obra inacabada.
"Para recobrar lo recobrado, debí perder primero lo perdido. Para conseguir lo conseguido, tuve que soportar lo soportado".
Cuando la lámpara hubo extinguido abrió la llave, acercó una cerilla encendida, prendió su interior y se la echó al hombro a través de su correa. El destello de la llama le hizo parpadear y perder la concentración, que fue a situarse a orillas del mar. Allí, junto al siseo de las olas, atisbó un objeto ajeno al universo tejido por la estampa. El reposo inquieto de la atmósfera se enturbió y la carga tirante del ambiente se espesó aún más. Un escalofrío recorrió su encorvada espalda. Depositó entonces el arado suavemente sobre el suelo, agarró con firmeza la lámpara y dirigió su atención y su cuerpo hacia aquel extraño elemento. Una botella. Era una botella de vidrio con un mensaje en su interior. Era el idílico patrón de un cuento sin acabar, la carta de un amante, de un músico loco, de un literato, de un dramaturgo o de un poeta quizás. Una letanía en el interior de una botella, arrojada a la inmensidad de un océano con la ingenua esperanza de encontrar destinatario. La curiosidad le venció y rescató el frágil fragmento de papel de aquella traslúcida prisión de vidrio, lo desenrolló y:
"Para recobrar la fe, debimos perder primero la vida. Para conseguir la paz, tuvimos que soportar la guerra. Para recobrar lo recobrado, debimos perder primero lo perdido. Para conseguir lo conseguido, tuvimos que soportar lo soportado".
Entonces, dejó caer el pedazo de papel y una leve brisa lo hizo volar. Aquel papel era cada clavo de aquellas cien cruces dibujadas sobre la arena. Él las había tallado surco a surco con su arado de múltiples puntas. Cien cruces por miles de almas que migraron al purgatorio en aquella playa dos años atrás, durante el desembarco de Normandía.
ESTÁS LEYENDO
Postales de Ciudad
FantasyBruselas, Kuala Lumpur, Bucarest... Distintas estampas, vivencias, fotografías alegóricas. Relatos cortos en los que es difícil discernir la línea que separa la realidad de la ficción.