Madrid

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TAQUICARDIA

¿No tenéis la sensación de que existen días que son meros capítulos de transición? Como si hubiera que rellenar decenas de frases con palabras vacías. Como si fuéramos vagando de diálogo en diálogo, de un punto y aparte a otro sin detenernos a apreciar los espacios en blanco tras cada renglón.

Los días errantes se me empezaban a escapar de las manos a borbotones. La marabunta de viandantes, los interminables edificios, los coches, los autobuses, el metro, el tren, los trasbordos, los horarios y las prisas. Mi vida entera era un capítulo de transición, lleno de parafernalia para rellenar minutaje. Coloco mis pies sobre el asiento de delante. El traqueteo me aturde y me adormece. Mi mente deriva a través de una de las ventanas del vagón.

BRADICARDIA

Cada gran gigante de hormigón y metal es testigo de lo que allí acontece. Uno de sus hermanos de nueve plantas desafía el anodino y homogéneo paisaje urbano de la ciudad. En sus entrañas, en la planta número cinco, ha crecido toda una selva, un ecosistema enteramente vegetal que ha engullido todo resto de tecnología. Miles de ramas se escapan por la terraza a modo de arcoíris de verdes tonalidades, llenando de vida la inerte fachada del edificio.

Entre tanta maleza, se vislumbra una silueta femenina. Un rayo de sol se cuela entre el ramaje e ilumina su media melena castaña. Escudriña con sus ojos azules los restos ya putrefactos de una rhododendron azaleastrum y, con el simple contacto de su dedo índice, vuelve a hacerla resplandecer. El vestido de motivos florales la oculta entre el verdor de la estampa, sin embargo, se nota raído y rasgado. Ese vestido viejo y ajado es lo único que nos recuerda que, a pesar del poder de la magia, aún estamos en el centro de Madrid. La paz en ese oasis entre inmuebles jamás podrá detener el sucio tintineo del tráfico, jamás podrá oxigenar el humo que se cierne sobre las calles de la capital.

FIBRILACIÓN

La muchacha se cercioró de que todo iba según lo establecido, pero el destino es un amante traicionero y espera cualquier desliz para clavar un puñal en tus costillas. La espina de una rosa canina terminó alojada en la palma de su mano izquierda y de ella manaron tres gotas de sangre, cada una de ellas quedó depositada sobre tres hojas y el color rojo comenzó a propagarse por la vegetación como virus en pandemia. Un ruido sordo perturbó la tranquilidad de la vivienda y del suelo empezaron a brotar decenas de troncos, cientos de ramas de tonalidad magenta. En un suspiro, la peculiar selva de la planta cinco había engullido todo el edificio y había regado de escarlata toda su superficie.

SHOCK CARDIACO

La joven finalmente desfalleció y el follaje rojizo empezó a adueñarse de las viviendas, de las calles y avenidas, de cualquier rincón para convertirlo en inhóspito. Se adueñó también de la ventana de mi vagón y de todo el convoy. Noté cómo, entre las sombras, cundía ya el pánico. La gente se agolpaba en torno a las puertas con la esperanza de poder escapar de aquella cárcel de hojas y ramajes.

Y, entonces, surgió la violencia.

Decenas de seres humanos enfrentados y asustados. Unos golpeando los cristales, otros partiendo las ramas; los menos, temblorosos; los más, gritando, azuzando y atizándose entre ellos como método abyecto de supervivencia. Escapo entonces por un pequeño surco del cristal de la ventana contigua, me desenvuelvo entre la maleza y me dirijo hacia ese bloque de pisos de nueve plantas, concretamente a la planta cinco.

REANIMACIÓN

Allí estaba ella, con el vestido raído de estampado de flores iluminando la estancia entre tanto rojo cobrizo, tumbada boca arriba sobre el suelo, inconsciente. Decido entonces acercar mi posición, agacharme y rodearla con mis brazos. En ese instante, atisbo una luz en torno a mis manos, atisbo unos ojos azules clavando su pupila en la mía. Mía era la inconsciencia de no saber qué había pasado, pero suya era la certeza de saber que había estado muerta.

-Gracias. Me susurró oído.

-¿Quién eres? Pregunté con incredulidad.

-El destino. Soy el punto y aparte, el espacio en blanco tras cada renglón, soy lo que viene después de la transición, soy aquellos días que cuentas como vividos, esas palabras vacías que terminan teniendo un significado.

Sonreí. Ella sonrió.

Madrid tuvo por fin su punto y aparte para que pudiéramos dejar de contar los días como capítulos de transición.


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