Kuala Lumpur

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El crepitar de la madera se oía por todo Kuala Lumpur. Cientos de lágrimas, cientos de miles de lágrimas naranjas cayendo sobre los aledaños. Era el renacer, la purificación ígnea del Cristianismo. Todas y cada una de las iglesias quedarían marcadas con fuego hasta reducir la fe católica a poco más que cenizas, y cada símbolo religioso a poco menos que un recuerdo.

Entre la algarabía, un silencio ronco llama nuestra atención. Una respiración acompasada. En el interior de la Catedral de San Juan, mientras las llamas digieren los edificios contiguos, alguien permanece en estado de letargo en su capilla lateral, durmiendo, soñando.

Una luz blanca ilumina la estampa ocre y dorada. Una luz con forma, con figura de mujer, se abre paso a lo largo del pasillo de la nave. Mirada fija y pulso firme. A escasos metros del ábside, hinca una rodilla, alza una de sus manos y deja caer un puñado de azúcar sobre el suelo mientras susurra una oración.

Las llamas cesan súbitamente y el crepitar de la madera se acrecienta. El pavimento comienza a abrirse en canal y los tablones revientan en pequeñas astillas. Del interior del superlativo surco escapan decenas de ánimas. La mujer se incorpora y dirige su vista allí donde las ánimas bailan, con mirada fija, con pulso firme. Entra entonces en la capilla y toma a la niña durmiente, la carga sobre uno de sus hombros e introduce su mano en el bolsillo de su camisa para sacar su brújula.

Noroeste; era predecible.

Una vez situadas frente al gran hueco de nuevo, la luz en derredor de la mujer comienza a ceder. Un paso, otro, descienden por la escalera que completa el reguero subterráneo de oscuridad y ceniza. Tras una docena de escalones, se vislumbra un frondoso y robusto ciruelo al fondo.

-Despierta- dice la mujer mientras azuza con su cuerpo a la niña.

Mientras la pequeña se despereza, las ánimas empiezan a excavar con sus manos un enorme hoyo a los pies de las raíces del ciruelo.

-Toma.

-¿Un espejo?- Pregunta la niña mientras fija su vista en el reflejo fascinado de sus ojos azules.

Cuando la muchacha decidió volver al mundo de los vivos, las ánimas ya habían enterrado a la mujer.

Cuando decidió despertar...

No existe más infierno que el sueño de una niña mientras ve cómo las llamas consumen su cuerpo. En la Catedral de San Juan, durante la quema de iglesias en la capital de Malasia.

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