Las cuerdas que me mantenían atada a la silla me hacían daño, trataba de revolverme para que se aflojaran un poco pero era inútil. Analicé esta otra sala con la mirada y vi a Kit dormido, también estaba atado a la silla, le caía sangre de la ceja y la nariz. De repente noté como un sabor metálico se apoderaba de mi boca, era sangre. Aquellos hombres me habían roto el labio de un solo golpe.
Uno de ellos se levantó apresuradamente del sofá, como si le hubieran metido un petardo en el culo y se acercó a Kit para golpearlo de nuevo y gritar:
- ¡Tú! ¡Despierta, vamos!
Kit abrió los ojos muy despacio, como si los párpados le pesaran. Recorrió vagamente la sala con la vista y posó su mirada en mí. Acto seguido, como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba pasando en ese momento, pegó un brinco en la silla y chilló:
-¡No la toques!
-¿Y qué pasa si lo hago?- respondió el mismo hombre que le había golpeado la cara, tenía acento extrangero.
Ese hombre le miró desafiante, un segundo después, se acercó a mí con una sonrisa siniestra y comenzó a tocarme los pechos. Kit se revolvía en la silla a la vez que apretaba los dientes, yo trataba de zafarme de las manos de ese hombre, pero era imposible. Las cuerdas me apretaban tanto que pensaba que se me iba a cortar la circulación. En ese mismo instante deseé estar muerta.
El secuestrador se tiró lo que a mi parecer fue una eternidad sobándome, después de él, le siguieron los demás secuestradores. Nos desataron a ambos de la silla y nos volvieron a llevar a ese zulo oscuro y mal oliente. Abrieron la puerta y nos empujaron adentro, luego, cerraron la puerta.
-No te preocupes pequeña, saldremos de aquí. Te lo prometo.