La Muerte Que Vive

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  02 : La Muerte Que Vive.

Haruchiyo Akashi.

Hundió su cabeza en el agua, dejando a flote mechones plateados de su lacia cabellera, ya se le había llamado en su búsqueda, pues su baño había acabado. Estaban a algunas horas de que su futuro esposo llegara por él, pues al oeste, donde los hijos del Gran Mar Verde vagaban, un khalaasar de nómadas, libres, luchadores, y salvajes hombres, niños y mujeres, en donde más que un rey; era un llamado khal el que los lideraba, iban en búsqueda de un omega para ser nombrado Khaalesi del khaalasar de Manjiro Sano.

Ellos a cambio de Haruchiyo, darían un pago significativo; aunque siendo aquellos salvajes, Haruchiyo no negaba creer que hasta la cabeza de hombre podría ser el "significativo pago", pues ellos no eran tan... relucientes con el oro o las joyas finas, y guiarían con ellos a Senju, quien buscaba el interés de llegar lo más al sur posible, en donde tomaría su trono de Reina Alfa.

Un precioso vestido de un color azulado, holgado y largo, que dejaban a la vista sus clavículas y gran parte de su pecho se le fue otorgado, era delgado, muy fino, fácilmente dejaba a la vista la silueta de su pálido cuerpo a través de la capa delgada de tela, pues el frío no era algo que se viviera habitualmente en La Costa Del Silencio, sus omegas de compañía colocaban en sus brazos y cuello joyas incrustadas de diamante y hechas de oro, eran pesadas, resaltaban fácilmente con sus brazos y cuello delgados. Una mascada del mismo color del vestido se le colocó en el rostro, cubriendo mediocremente la mitad de su rostro, pues igualmente era muy delgada, pero destacaba sus grandes ojos azulados, bañados en tristeza.

  — Lo peinaré, milord. — asintió suavemente, dejando al omega moreno, Kai, quien era un omega de compañía, peinar su cabello, sujetando pequeños mechones en su cabellera y dejando su rostro libre de cabellos rebeldes, algunos otros pequeños broches se le colocaron, dorados y plateados, y unas delgadas sandalias concluyeron su conjunto, cuando se vio al viejo espejo, no se reconocía. — Luce hermoso, príncipe.

  — Gracias, Kai. — forzó una triste sonrisa. — No soy más que un chivo de cría, cuando ya no sirva, posiblemente me ejecuten y celebren mi muerte. — su voz sonaba grave, estaba aterrado, sentía sus piernas temblar.

  — Príncipe, con todo respeto; usted es hermoso, posiblemente mantiene la mayor belleza del continente. — el hombre se acercó a él, con una mirada llena de ternura y amor. — Yo he estado siendo su compañía desde que era un pequeño chiquillo inquieto, y confío en que he hecho un buen trabajo, gánese a su Khal, incluso siendo un salvaje, es un alfa, y los omegas; somos la debilidad de los alfas. — el omega mayor sonrió. — desde el momento en que fui vendido como esclavo a Sir Terano, yo sabía que si no era inteligente, moriría dando a luz a algún bastardo, o posiblemente le cortarían la garganta por no hacer una buena felación, pero supe manejar las cartas a mi favor, y aún siendo un esclavo, llegué al rango de omega de compañía del príncipe de Nara, lo que tú lograrás siendo Khaleesi, es inimaginable, eres el dragón que–

  — Kaison. — la retumbante voz de Sir Terano estremeció a ambos omegas, si fuera Senju hubieran estado en problemas. — basta de habladurías, Khal Manjiro ha llegado. — Kai bajó la cabeza en señal de sumisión a su amo, y se retiró de la habitación. Terano suavizó su mirada, al ver a Haruchiyo con la mirada en alto, un gesto valiente pero con la mirada llena de terror. — Luce hermoso, mi príncipe, ya no es más aquel pequeño niño que corría entre pastizales, que llegaba bañado en lodo, que gustaba de jugar con los animales y hornear galletas — era mentira, él seguía siendo un niño, solo que ahora sería vendido y tendría en sus hombros el peso de un Khalaasar, y de mantener crías con un hombre salvaje que no ama, ¡él solo era un niño! — cuando el trono sea de su hermana, usted será su rey.

  — Somos hermanos, Sir Terano.

  — Los Akashi por siglos han decidido mantener su linaje al casarse entre hermanos y primos, príncipe, en su familia es lo habitual, una rueda obligada a cumplirse.

  — Yo pienso romper esa rueda. — susurró antes de darle una rápida mirada a Sir Terano y salir de la habitación, donde fuera, entre el sonido de relinches de caballos y metal, su futuro esposo, le esperaba.

  Yasuhiro Mutō

  — El invierno se acerca, mi lord, piedad. — el moribundo hombre se inclinó ante Mutō Kezuki, sus ropajes mojados por la tenue nieve que caía y se derretía entre la tela, teñida de negro, con una delgada armadura hecha a base de cuero, su barba era blanca, sus ojos verdes reflejaban el miedo y el terror ante la muerte. — La muerte vive, y los vivos mueren, pido piedad.

— Se te acusa del asesinato de tus compañeros cuervos, se te acusa de desertar del Nido Negro, se te acusa de traición a tu Lord Comandante, ¿cómo responde a estos cargos, Sir?

Quince hombres tras suyos ven la escena, todos callados, al frente estaba Kezuki, con el hombre arrodillado frente suyo y su espada en su cabeza, a cada lado de su padre, Yasuhiro sostiene de los hombros a Jake, y por detrás, Tsuki, los dos mayores con la cabeza bien en alto, él podía sentir como Jake temblaba.

  — ¡Yo no fui, mi lord, fueron ellos, Los Otros! Hombres muertos con ojos azules, piel rota y gris, colmillos y huesos. Nos atacaron más allá del Norte, los mataron.

  — La muerte no vive, Sir, Los Otros no son más que mitos y leyendas que contamos a nuestros hijos para que no vayan más allá del Norte.

  — Lord Mutō... Queme mi cuerpo, se lo ruego.

  — Te condeno a muerte, por el desertar de tus responsabilidades, por asesinato y por traición. No ha cumplido su juramento Sir. — y finalmente, la cabeza de aquel hombre rodó, Jake dió un pequeño salto en su lugar, era la primera vez que veía la ejecución de un hombre.

Él aún recordaba la primera vez que vió a su padre cumplir sus deberes como Guardián del Norte, fue cuando se vió en la necesidad de dar fin a la vida del hombre que le arrebató la vida a su tía Kyoko Mutō, un hombre traidor que se hacía llamar Guardia Real del Norte, que buscaba solamente robar algunas de las joyas de la familia.

  — No apartes la mirada, Yasuhiro. — habló su madre, sentada a un lado suyo con una linda panza de seis meses de embarazo. Él solo tenía diez años.

  — ¿Un hombre puede ser valiente incluso cuando siente miedo, madre? — preguntó, jadeante.

  — Es el único momento en que puede ser valiente, Cielo. — respondió su madre, con aquel suave tono lleno de amor.

  — No apartes la mirada, Jake. — repitió las primeras palabras que se le dijo en algún momento, antes de acercarse a Padre, que enfundaba su espada. — ¿Quemarás el cuerpo, padre?

  — No nos tomaremos la molestia, hagan llegar un cuervo al Nido Negro, con la noticia de la ejecución de su desertor. — dijo su padre antes de finalmente comenzar camino al castillo, con sus hijos por detrás de él.

Dejando detrás el cuerpo sin cabeza de un hombre sin vida, sin notar como el cuerpo del hombre comenzaba a retorcerse y la cabeza teñía unos ojos antes verdes; en azules diamante, brillantes, pero sin vida.

El Lobo y El Dragón ;; MusanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora