Lazos

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El ruido de la lluvia caer era lo único capaz de distraerme de todo lo que ocurría en el edificio.

Durante años, desde mi entrada a la legión, tuve un sueño y una sola motivación.

Vi compañeros morir, gente perder esperanza en lo que hacíamos, el quiebre de nuestro en ese entonces comandante y mi ascenso al mismo puesto. Estando aquí, tenía muy poco que perder.

Pero después de la destrucción de la muralla, y cinco años después, el regreso de esos dos titanes, una pequeña luz de esperanza volvió a brillar ante nosotros.

Un chico, con la capacidad de transformarse en aquello que juró destruir, estaba de nuestro lado, dispuesto a pelear para acabar con la incesante amenaza que nos rodeaba.

Eren Jaeger.

Pero como toda esperanza, venía acompañada de problemas. Preguntas sin respuesta, desconfianza en nuestras propias filas, más humanos con el mismo poder que nuestro joven héroe. Era mucho que procesar en tan poco tiempo.

El golpeteo fuerte e incesante en la puerta taladró mis sienes, haciéndome imposible ignorar ese llamado.

—Adelante —gruñí.

La pesada madera que me mantenía en mi burbuja se abrió con fuerza, dejando pasar a tres soldados. Uno rubio, un poco más alto que yo, de cabello rubio y ojos castaños, Mike. Le seguía en estatura una castaña de desordenado cabello que apenas y se mantenía en una coleta, portaba unos gogles y su gran sonrisa del ataba su creciente emoción, Hange. Y por último, uno chico de no más de metro sesenta de estatura, con cara de muy pocos amigos, ojos grises inexpresivos, y cabello negro azabache, Levi.

—Buenas tardes, ¿qué los t-

—Vienen dos jinetes hacia el regimiento —interrumpió Mike, apoyando su peso sobre el escritorio que nos separaba.

—¿Cómo? —mi voz se quebró de irritación.

—Dos jinetes, desconocidos, viene hacia acá —repitió Levi, manteniéndose entre sus compañeros— ¿tanto estrés ya no te deja escuchar bien?

Lo miré en silencio.

No era el más elocuente, ni tampoco el más educado, pero con el tiempo había aprendido a comprenderlo. Más allá de la máscara que siempre demostraba, su mirada estaba inyectada de frustración, misma que compartíamos al menos con Hange y Mike.

—¿Y los soldados? —cuestioné, ignorando la pregunta del azabache.

—Descansando —informó Hange.

—Bien, mejor así —cerré el libro sin leer que tenia enfrente y me encaminé hacia los establos, con los tres pisándome los talones.

La lluvia no tardó en empapar las verdes capas que poco nos cubrían de ella. Dentro de las caballerizas, la mano derecha y compañero de Hange, Moblit, nos esperaba con nuestros cuatro caballos listos.

—Comandante —el castaño de mirada nerviosa me saludó.

—Moblit, asegúrate de que nadie salga de este edificio hasta que nosotros volvamos, no sabemos quienes sean y no queremos más sorpresas.

—Si, señor —nos entregó las tiendas de los cuatro animales y corrió de regreso al edificio principal.

Algo que había aprendido a lograr con los años, era la comunicación no verbal que tenía con estos tres. Cosa que agradecía, ya que en este tipo de vida, no teníamos mucho tiempo de hablar para llegar a acuerdos.

Una vez fuera de los establos y seguros de no tener ojos curiosos a nuestro alrededor, montamos a los caballos y nos dirigimos hacia el bosque.

La formación era sencilla y permitía que cualquiera de los cuatro tomara la delantera para guiar al grupo. Siendo Mike el responsable de dicha acción.

El tiempo, el terreno y la amenaza de dos humanos fuera de las murallas nos jugaban en contra.

No teníamos como prevenir el ataque de algún titán, la lluvia complicaba nuestra visión, no sabíamos si los desconocidos venían armados y solo los árboles nos servían de protección.

Avanzamos al menos medio kilómetro sin sorpresas, el cielo dejó de iluminarse por los rayos y los truenos cesaron su concierto, dejando el ambiente en una creciente tensión.

—Allá —alertó Hange.

Su mano señalaba un punto frente a nosotros. Dos siluetas se abrían camino entre los árboles. Un caballo era mucho más rápido que otro, y a pesar de esa ventaja, mantenía una velocidad constante.

Eran conscientes de nuestra presencia, acto que solo aceleró suvmarcha hacia nosotros. Giré hacia mi derecha, Levi asintió con la cabeza sin decir una sola palabra y rompió la formación, rodeando el perímetro que teníamos entre ambos grupos, siendo imitado con Mike.

—¿Qué pretenden? —susurró Hange a mi izquierda.

—Ya lo veremos...

Fueron cuestión de segundos para que el ataque se diera por parte de ambos soldados. Cayeron desde la copa de los árboles sobre ambos jinetes. El primero perdió estabilidad en su caballo, siendo aplastado por el peso de Mike.

—Creo que Levi tiene problemas —rió la castaña.

Mi mirada de desvió hacia el antes mencionado. El jinete ya no estaba sobre su caballo, pero el animal peleaba por mantener al soldado lejos de su dueño. A la distancia no se veía más alto que Levi, pero contra todo pronóstico, sostenía una feroz pelea cuerpo a cuerpo contra él.

Algo en mi interior se descolocó. Algo en ese desconocido me llamaba a acercarme y descubrir quien era. Y así lo hice.

Detuve a mi caballo a unos metros de ellos y descendí de su lomo seguido de Hange.

Mike mantenía contra el sueño a un chico menudo de cabello rojizo y ojos verdes, quien nos miraba con genuino pánico. Mientras que el escurridizo oponente del azabache continuaba respondiendo a cada golpe que el capitán le propinaba.

El terreno jugó contra el equilibrio del jinete, haciéndolo tropezar, acto que Levi aprovechó para someterlo, tarea que no le estaba siendo sencilla; en primera por el lodo, el agua, resultaba ser una chica y era bastante delgada.

—Basta —ordené. Ambos dejaron de forcejear y me miraron.

La chica, quien se mantenía debajo del peso del capitán, me miró sin decir una sola palabra. Su largo cabello negro estaba hecha una maraña entre el lodo y hojas. Su piel blanca la hacía ver más enferma de lo que podía estar, pero su particular color de ojos era lo más singular.

Poco se sabía de la genética y como esto nos afectaba como seres humanos. Pero de ahí provenía el color del cabello, de piel y de ojos. En ella, específicamente, era de un tono rojo vivo. Uno que solo había visto una vez en la vida, hace mucho tiempo.

—Helena.

Shinzou wo Sasageyo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora