Era divertida la manera en que esta vida funcionaba. Al crecer, todo en lo que Jungkook podía pensar era en dejar ese miserable pueblito en Mississippi, largarse de esa granja y vivir en la ciudad y viajar por el mundo. No más despertarse en la madrugada para hacer los quehaceres, o pasar sus fines de semana atrapado a kilómetros de distancia de la civilización. La parte irónica fue cuando finalmente escapó uniéndose a la milicia, eventualmente se encontró a sí mismo anhelando por su vida simple de nuevo. La primera vez que vino a Oregón, Jungkook no estaba completamente seguro qué estaba esperando. No había una meta real o planes concretos. Simplemente se había detenido en su parcela vacía y un remolque lleno de madera y empezó. No sabía que le faltaba algo hasta que lanzó al descarado chico de metro setenta de su hombro al sofá.
Al principio, Jungkook sintió lástima por él. Había algo demasiado familiar acerca de la ira y la desesperación que brillaba a través de esos ojos canela. Pero pronto se hizo evidente a medida que se levantaba cada día por su sonrisa que él era el que necesitaba salvación. Había estado muriendo aquí en estos bosques y ni siquiera lo sabía.
Yoongi lo había salvado. Fue enviado por Dios, los cielos, diablos, incluso la fortuna. No importaba, sin embargo, porque estaba aquí con él justo a su lado susurrando su amor por él cada vez que se empujaba dentro de su calidez.
Cada mañana intentaba levantarse y empezar el día después de plantar un beso en su cuello. Un beso se volvería tres hasta que sentía su estremecimiento familiar ante el roce de su barba contra su suave piel. Muchas mañanas habían pasado ya con él bajando las sábanas y posicionando su cuerpo desnudo para su asalto.
Se había vuelto adicto a Yoongi. Era increíble lo rápido y lo duro que había caído enamorado de él, y aunque la revelación debería inquietarlo aunque sea, se encontró aceptándolo con deleite.
—No, Jungkook. Tenemos que irnos —se quejó Yoongi, tirando de su mano lejos de su agarre—. Dijiste que me llevarías de regreso a la librería hace una hora... ¡oh, Dios mío, Jungkook, no! —chilló en voz alta mientras rápidamente la arrastraba a través de la cama hacia él.
Con una sonrisa satisfecha, Jungkook se recostó sobre las almohadas con un brazo tras su cabeza y esperó.
—Oh, y lo haré, cariño, una vez me de mi prometido banquete matutino.
Su rostro se contorsionó mientras le hacía un puchero suplicante, finalmente rindiéndose a medida que lo instaba hacia arriba.
—No puedo, Jungkook, es tan vergonzoso. —Evitó sus ojos a medida que hablaba, pero pudo sentir su excitación vibrar a través de él mientras se colaba bajo su pijama (una camisa muy grande) por su cintura desnuda.
—Pero lo quiero —enfatizó suavemente —. Y no tengo intención de salir de esta cama hasta que tenga lo que quiero. Ahora, quítate tu pijama, cariño. —Aunque su orden era gentil. Sabía que Yoongi podía escuchar el borde de acero implícito que le había puesto.
Para su bendita sorpresa, Jungkook descubrió que su pequeño ángel secretamente amaba ser sexualmente ordenada. El calor que destelló en sus ojos mientras dictó la orden, envió oleadas de perversa lujuria en espiral a través de su torrente sanguíneo.
Reticentemente, se sentó, agarró los bordes de su playera y se detuvo, mirando alrededor.
—¿Ya soltaste a Holly?
—Nop —replicó, sintiendo su polla hinchándose bajo el cobertor con anticipación—. No puedo dejar que ese pequeño inocente presencie esto.
Mordiendo su labio para evitar reírse, Yoongi finalmente obedeció, jalando la larga manga de la playera sobre su cabeza. Completamente desnudo, lanzó la playera tras el y le dio una mirada sensual. A veces era demasiado para él, su bello, suave y receptivo cuerpo amenazaba constantemente con conducirlo por el borde.